INTRODUCCIÓN AL DOCUMENTO

"LAS RESISTENCIAS A LA MUNDIALIZACIÓN CAPITALISTA,

UNA OPORTUNIDAD PARA UN NUEVO INTERNACIONALISMO"

 

 

La resolución "Las resistencias a la mundialización capitalista, una oportunidad para un nuevo internacionalismo" fue adoptado por el Comité Ejecutivo Internacional de la IV Internacional en noviembre de 2000. La introducción que viene a continuación se presentó y discutió  en el XV Congreso Mundial, y seguidamente se enmendó en función de esos debates. Dicha introducción alimentará, al igual que la resolución de noviembre de 2000, la continuación de una reflexión colectiva sobre el proceso de mundialización capitalista y sobre el desarrollo del movimiento "altermundista".

 

La resolución "Las resistencias a la mundialización capitalista, una oportunidad para un nuevo internacionalismo" se escribió poco después de la manifestación de Seattle, en unos momentos en que resultaba claro que se estaba produciendo un giro en la situación mundial pero aún era demasiado pronto para que fuera posible evaluar la amplitud de ese giro.

 

Ahora disponemos de más perspectiva, y es posible precisar un poco el análisis y apuntar algunos de los problemas que plantea ese resurgimiento de los movimientos.

 

Durante los tres últimos años, la situación mundial ha estado marcada por la aceleración de la lógica belicista y por la crisis económica iniciada en 2001. En el marco de la presente introducción, queremos limitarnos, esencialmente, al análisis de esas evoluciones a partir de la experiencia de los movimientos de lucha contra la mundialización liberal. No obstante, comenzaremos por algunas observaciones referentes al propio proceso de mundialización capitalista.

 

Las contradicciones de la mundialización capitalista

 

La resolución de noviembre de 2000 indicaba que el proceso de mundialización capitalista afectaba a todos los ámbitos (económico, social, político, cultural, militar...) y requería la emergencia de un nuevo modo de dominación. También señalaba que dicho proceso seguía inacabado y resultaría probablemente inacabable, de tan cargado de contradicciones como estaba.

 

Desde entonces, la vertiente militar de la mundialización capitalista se ha manifestado en toda su amplitud, en una medida mucho mayor que en el momento en que se redactó la resolución de noviembre de 2000. De ese modo, la lucha contra las lógicas de guerra ha adquirido una dimensión central y verdaderamente internacional, en una escala que todavía no tenía hace tan sólo tres años.

 

Asimismo, la preparación de la guerra en Irak ha puesto de manifiesto la gravedad  de las contradicciones interimperialistas que se expresan en el marco del proceso de mundialización, y ello en una medida aún superior a lo sucedido en el momento de Seattle.

 

No hay modo posible de subestimar la brutalidad de la ofensiva social (políticas liberales...) y militar (tesis de la "guerra preventiva"...) emprendida por la burguesía en el plano internacional y en el marco de la mundialización. Sin embargo, se confirma que, debido a su propia universalidad y su propia violencia, esa ofensiva suscita resistencias crecientes e impulsa la unificación de las mismas, al mismo tiempo que provoca importantes contradicciones en el seno de las clases dominantes.

 

La cuestión de la amplitud del giro en curso

 

Hay varios elementos que permiten pensar que hemos entrado en una fase mundial de radicalización que es comparable por su amplitud –aun cuando el contexto es totalmente distinto- a la fase de radicalización de las décadas de 1960 y 1970.

 

El carácter internacional de esa radicalización es su primer rasgo definitorio. Al igual que la primera mundialización del capitalismo, entre 1850 y 1880, facilitó la internacionalización del movimiento obrero emergente, la mundialización actual se halla en el origen de movimientos de protesta radical que se desarrollan de modo particular en los países más afectados por la mundialización capitalista y se construyen de inmediato en el terreno interenacional. Más allá de sus diferencias nacionales y continentales, los movimientos han entrado en una dinámica de refuerzo mutuo, pues la pertenencia a un "movimiento mundial" se vive como una baza importante en la constitución de las relaciones de fuerza, incluso en el ámbito nacional.

 

La segunda característica de esos movimientos es su capacidad de integrar nuevas cuestiones políticas. Concentrados en una primera etapa en la denuncia global de la mundialización y en particular de las instituciones que la ponían en práctica –FMI, Banco Mundial y OMC-, los movimientos se extendieron de modo muy rápido y con facilidad a las cuestiones sociales y medioambientales que se hallaban en la base del rechazo de la mundialización liberal. Menos evidente resultaba la reacción frente a las guerras que se han multiplicado después de los atentados del 11 de septiembre; sin embargo, también en ese caso, y con suma rapidez, los movimientos han sabido integrar la lucha contra la guerra y el militarismo y conectar con los movimientos por la paz, herederos de los de la década de 1980 y activos, en ciertos países, en la solidaridad con los Balcanes o Palestina.

 

El último elemento, y quizás el más importante, es la ampliación de esos movimientos tanto en el plano numérico –centenares de miles de personas participan en los foros sociales, y millones de ellas en las manifestaciones organizadas con ocasión de los mismos- como en el terreno social y militante. En la época de Seattle, una parte importante de las manifestaciones estaba formada por jóvenes que a menudo procedían de "buenas" universidades, lo cual constituía otro indicio de la profundidad de un movimiento que no sólo era la expresión de la resistencia de sectores víctimas de la mundialización y el neolibralismo, sino también el signo de una profunda crisis interna del sistema, la cual conduce, como en los años 1960 y 1970, a una parte significativa de la juventud estudiantil a poner en cuestión de modo radical dicho sistema. Sin embargo, el movimiento se amplió muy rápidamente, y en la actualidad los movimientos campesinos, los movimientos de mujeres, el conjunto del movimiento sindical y la mayoría de las ONG se hallan implicados, en mayor o menor medida, en un proceso cuyos momentos de encuentro más amplios son los foros sociales. Así, mientras que en las décadas de 1960 y 1970 la mayoría del sindicalismo, poderoso en el plano numérico pero marcado por sus victorias graduales en los años de posguerra, se oponía al ascenso de un movimiento de protesta que volvía a poner en cuestión la "sociedad de consumo", en la actualidad el movimiento obrero, debilitado durante los años 1980, se integra en alianzas que se hacen necesarias por la propia evolución del capitalismo, y participa en el proceso a pesar de las divergencias que subsisten entre sus distintos componentes.

 

Una nueva "experiencia histórica constitutiva"

 

Resumamos de modo sintético. En tan sólo algunos años, los movimientos de resistencia a la mundialización libral han experimentado un extraordinario crecimiento numérico (Génova representa, en ese aspecto, un cambio cualitativo), una expansión geográfica considerable (aunque todavía desigual) y una ampliación social y temática notable, y todo ello a pesar de un buen número de obstáculos y dificultades: digerir su propio crecimiento, hacer frente a la represión (Gotemburgo, Génova...), así como a las tentativas de criminalización (después del 11 de septiembre) o de cooptación. El movimiento altermundialista se ha ampliado y radicalizado al mismo tiempo y con rapidez. Se ha iniciado un proceso acumulativo (colectivización de las experiencias, evolución de las conciencias, articulación de las iniciativas...), lo cual marca una verdadera ruptura con el período precedente.

 

No se trata aquí de prejuzgar el futuro del movimiento, de su capacidad de superar el día de mañana, una vez más, las nuevas dificultades a las que tendrá que hacer frente. Se trata de extraer una primera constatación: resulta evidente que el movimiento altermundialista tiene raíces profundas; refleja la existencia de una corriente de fondo, de un proceso de radicalización internacional que probablemente no está más que en sus inicios y actualmente se expresa en el movimiento de resistencias y alternativas a la mundialización capitalista.

 

En ese sentido, nos encontramos ante lo que podría denominarse un "movimiento constituyente" o una "experiencia histórica constitutiva": el marco de una experiencia política común que modela la conciencia colectiva de una nueva generación militante. Ello no significa que lo "nuevo" (el altermundialismo) sustituya a lo "viejo" (el movimiento obrero tradicional); el vínculo entre ambos sigue siendo un elemento clave. Más bien significa que el despliegue del movimiento altermundialista constituye la base sobre la cual se puede percibir y pensar lo nuevo, elaborar y actuar, construir nuestra intervención en un nivel cualitativamente superior. Resulta posible renovar nuestra reflexión con una base de referencia contemporánea, distinta de la de la década de 1970, y analizar lo que hay de original en la actual ola de radicalización (incluyendo lo que afecta a las conciencias militantes, las relaciones entre política y ética, la diversidad de las situaciones, de Europa a Asia pasando por América Latina, etc.).

 

Los movimientos en el nuevo contexto internacional

 

La elección de George Bush y, posteriormente, los atentados del 11 de septiembre han modificado las condiciones haciendo subir un grado más las medidas represivas, los gastos en armamento y las intervenciones militares. Hoy más aún que ayer, el militarismo y la guerra son uno de los componentes esenciales de la mundialización liberal: el actual belicismo estadounidense remite simultáneamente al relanzamiento de la economía mediante los pedidos de armamento, al control de los yacimientos estratégicos de petróleo y a la voluntad de reafirmar el liderazgo norteamericano en los asuntos mundiales.

 

Ese incremento de la militarización y los riesgos de guerra se inscribe en el marco más general de una lucha por la dominación imperial a escala internacional.

 

La administración republicana defiende los intereses de las empresas estadounidenses tal vez con mayor cinismo que en el pasado. Las medidas proteccionistas sobre el acero, la negativa a ratificar los acuerdos de Kyoto o el rechazo, en el marco de la OMC, de todo acuerdo que proporcionara a los países del Sur la posibilidad de producir o comprar medicamentos genéricos son los ejemplos más recientes de ello. Esa voluntad de dominación no compartida hace aún un poco más frágiles las instituciones internacionales –a las cuales se ordena que se sometan a las exigencias norteamericanas-, multiplica las fuentes de tensión con los demás países dominantes y favorece la expresión de desacuerdos en el propio seno de los defensores del sistema, como muestran las tomas de posición de Joseph Stiglitz.

 

En ese contexto, los riesgos de represión van a ir en aumento, pero la situación también puede ofrecer oportunidades para los movimientos militantes: probablemente será más fácil bloquear una decisión o una institución, gracias a la combinación de las relaciones de fuerzas militantes con las contradicciones y divergencias entre estados. Esa situación facilita los agrupamientos unitarios "en contra" y limita los espacios de negociación que habrían podido dividir el movimiento. Así, el conjunto del mundo sindical y un número creciente de ONG se suman actualmente a los encuentros militantes y a los foros sociales, ya sean regionales o mundiales.

 

Los foros sociales y las coordinaciones de movimientos sociales

 

Los foros sociales, ya sean mundiales o continentales, son los principales lugares de encuentro de las fuerzas que se oponen a la mundialización liberal. Su éxito se explica por su carácter abierto y por la primacía concedida a los movimientos sociales en unos momentos en que, en muchos países, los partidos políticos atraviesan una crisis de legitimidad. Se trata de espacios abiertos, sin ningún compromiso por parte de los participantes que no sea el acuerdo con la Carta de Principios, que incluye de modo destacado la oposición a la mundialización liberal.

 

Ese carácter abierto y esa ausencia de compromisos son la condición del éxito de encuentros militantes tan amplios, pero también muestran los límites de los mismos, ya que los foros no pueden tomar ninguna decisión como tales. Por esa razón, numerosos movimientos sociales y militantes se reunieron, después del primer Foro Social Mundial de 2001, para elaborar los "llamamientos de los movimientos sociales" que permitieron, tanto en 2001 como en 2002, tomar posición sobre los grandes acontecimientos acaecidos durante el año precedente, y, sobre todo, dotarse de un marco común para las grandes citas internacionales por venir, la lucha contra la guerra, la movilización contra las reuniones del G-8, las movilizaciones por la anulación de la deuda de los países del tercer mundo, las asambleas de la OMC o del FMI y el Banco Mundial, etc. En la tercera sesión del Foro Social Mundial, los movimientos sociales se reunieron para discutir la posibilidad de formalizar un poco más esa red, con el fin de permitir una mayor eficacia en la acción. Resulta claro que se plantea la necesidad simultánea de marcos abiertos –algo que permiten los foros- y de marcos de trabajo enfocados a la acción y las campañas internacionales.

 

Si la combinación entre foros sociales y coordinaciones de movimientos ha experimentado semejante éxito, ello se debe también a que responde a formas actuales de conciencia militante y a una etapa de las luchas en que se combinan aspectos muy defensivos (el agrupamiento de las resistencias en un espacio "protegido") y muy ofensivos (la afirmación de las alternativas, la aspiración a otro mundo). Esa combinación permite vincular el "acontecimiento" (el propio foro, un momento de gran visibilidad y una ocasión excepcional de encontrarnos "entre nosotros y nosotras") con el "proceso" acumulativo de luchas y movilizaciones.

 

Los  movimientos y las perspectivas políticas

 

La nueva fase de lucha que estamos viviendo a escala internacional permite volver a plantear las cuestiones políticas, pero ello sucede en un contexto totalmente distinto del de las décadas de 1960 y 1970 o del de los movimientos revolucionarios que acompañaron los dos conflictos mundiales.

 

Los movimientos se radicalizan al mismo tiempo que se amplían. En una primera fase, había muchas personas que consideraban que esos movimientos sólo se enfrentaban al neoliberalismo. En la actualidad, su ampliación y su anclaje en las cuestiones sociales –en el preciso momento en que el capitalismo entra en una nueva crisis y revela, a través de escándalos como el de Enron, la realidad de su funcionamiento y su lógica- confieren a los movimientos sociales un tinte claramente anticapitalista. Se refuerza la crítica a las multinacionales, y la cuestión de la propiedad se plantea a través de la defensa, frente a los mercados, de los "bienes comunes" de la humanidad –el agua, los servicios públicos, etc.- o mediante el debate sobre la propiedad intelectual, en el cual se enfrentan dos lógicas antagónicas. Esa radicalización ya está produciendo efectos en el terreno electoral y político: en numerosos países, partidos vinculados a los movimientos sociales y fuerzas revolucionarias han logrado éxitos importantes.

 

En lo tocante a cierto número de cuestiones estratégicas (sujetos revolucionarios, convergencias de terrenos de lucha que pueden impulsar una transformación revolucionaria de la sociedad...), el despliegue de los movimientos altermundialistas permite ya renovar la reflexión sobre la base de una experiencia histórica nueva. Sin embargo, esa radicalización no va a la par con el regreso de otras cuestiones estratégicas. Mientras que asistimos al renacimiento de una "conciencia anticapitalista", la cuestión del poder y las vías para conquistarlo está fuera del ámbito de los debates que atraviesan los movimientos. Las razones de esa situación son conocidas: el peso de los fracasos revolucionarios del siglo pasado, las dificultades de pensar, en un mundo abierto, una ruptura con el capitalismo que no constituya un replegamiento en el marco nacional y, por último, la eficacia del propio funcionamiento de los movimientos, basado en las redes, que prefiere la agregación de las temáticas de las que son portadores los miembros de la red frente a las grandes delimitaciones estratégicas.

 

Esa debilidad no se resolverá en un plazo rápido. No obstante, existe el riesgo de que represente un problema en unos momentos en que, en América Latina, la izquierda gana las elecciones en varios países. Esa izquierda –el PT en Brasil o Pachakutic en Ecuador- está mucho más vinculada a los movimientos sociales de lo que lo están las socialdemocracias europeas; sin embargo, deberá elegir entre la lógica de los mercados y la mundialización liberal y la de la satisfacción de las necesidades sociales. Si bien nos resulta preciso, con paciencia y siendo conscientes de la dificultad de las cuestiones planteadas, rediscutir problemas estratégicos y las razones que los han ocultado, tenemos un convencimiento mayor que nunca de que la única vía posible, tanto en esos países como fuera de ellos, es la que responde a las exigencias de los campesinos, los asalariados y los desposeídos.

 

En esta nueva situación, los partidos políticos que se sitúen al lado de los movimientos tienen oportunidades importantes. Deberán emprender los debates necesarios para la clarificación de las perspectivas de conjunto, pero también actuar, dentro del respeto a las autonomía de los movimientos, para contribuir a consolidar la radicalización en curso y a presionar con el fin de lograr decisiones políticas que permitan satisfacer las reivindicaciones.

 

Para los partidos que se reclaman de la lucha contra el capitalismo, la participación activa en el "movimiento de movimientos" es tanto una necesidad como una ocasión única de trabajar en la redefinición de un proyecto socialista y en la recomposición de las fuerzas sociales y políticas susceptibles de impulsar un proyecto revolucionario.

 

8 de febrero de 2003,

José, Román, Salvatore, Vartang