SEMINARIO
LESBIANO/GAY/BISEXUAL/TRANSGENERO DE ESTRATEGIA
El
capitalismo y la indentidad Gay
John
D´Emilio
(traducción de César Ayala de "Capitalism and gay
identity", en Powers of Desire, Ann Snitow y
otras (comp.), Nueva York: Monthly Review, 1983)
Los 1970s fueron años de logros significativos para los
hombres gay y las lesbianas. La liberación gay y la liberación femenina
cambiaron el panorama de la nación.
Cientos de miles de mujeres y hombres gay se destaparon y afirmaron
abiertamente el homoerotismo. Ganamos
la revocación de las leyes de sodomía en la mitad de los estados, una
eliminación parcial de las exclusiones al empleo de las lesbianas y los gays en
el empleo federal, protecciones de derechos civiles en unas cuantas docenas de
ciudades, la inclusión de los derechos gay en la plataforma del Partido
Demócrata, y la eliminación de la homosexualidad de la lista de enfermedades de
la profesión psiquiátrica. La subcultura gay masculina se expandió y se tornó cada vez más visible en
las grandes ciudades, y las lesbianas iniciaron la construcción de
instituciones culturales alternativas que intentaban encarnar una visión
liberadora del futuro.
En los 1980s, sin embargo,
con el resurgimiento de una derecha activa, los hombres y mujeres gay se
enfrentan al futuro con desaliento. Nuestras victorias parecen tenues y
frágiles; la libertad relativa de los pasados años parece demasiado reciente
para ser permanente. En algunos lugares de la comunidad lesbiana y la gay
masculina, crece el sentido de desamparo. Afloran cada vez más frecuentemente
las analogías con los EE.UU. de McCarthy, en que los "pervertidos sexuales" eran el blanco especial de la
derecha, y con la Alemania Nazi, en la cual los gays fueron enviados a los
campos de concentración. Por todas partes hay la sensación de que hacen faltas
nuevas estrategias si queremos preservar nuestras conquistas y avanzar.
Creo que parte de esa empresa
es elaborar una teoría mas acertada de la historia gay. Cuando surgió el movimiento de liberación
gay a finales de los años 60, los gays y lesbianas no teníamos una historia que
pudiéramos utilizar para elaborar nuestras estrategias. En los años siguientes, al construir un
movimiento sin conocimiento de nuestra propia historia, nos inventamos en su
lugar una mitología. Esta historia
mítica se basaba en la experiencia personal, la cual proyectábamos hacia atrás
en el tiempo. Por ejemplo, la mayoría de las lesbianas y gays en los años 60
descubrieron sus deseos homosexuales aisladamente, si conciencia de los otros, y sin recursos para nombrar o comprender
lo que sentían. De esta experiencia
construimos un mito del silencio, de la
invisibilidad, y del aislamiento como la característica esencial de la vida gay
en el pasado así como en el presente. Es más, como nos enfrentábamos a tantas
leyes opresivas, políticas públicas, y creencias culturales, proyectamos todo
eso hacia una imagen de un pasado abismal:
hasta la liberación gay, las lesbianas y los gays siempre habían sido
víctimas de un opresión sistemática, no diferenciada, y terrible.
Estos mitos han limitado
nuestras perspectivas políticas. Han
contribuido, por ejemplo, a confiar demasiado en una estrategia de destape—si
todo hombre gay y mujer lesbiana se destapara, la opresión de los gays se
acabaría—y nos han permitido ignorar las formas institucionalizadas en que se
reproducen el sexismo y la homofobia.
Han alentado, a veces, una desesperanza
incapacitante, especialmente en momentos como el presente: ¿Cómo podemos
disolver una opresión gay tan duradera
e incambiable?
Hay otro mito histórico que
goza de aceptación casi universal en el movimiento gay: el mito del "homosexual
eterno". El argumento es más o
menos así: Estamos en todas partes, no
solamente ahora, pero a través de la historia, en todas las sociedades, en
todos los periodos. Este mito cumplió
una función positiva en los primeros
años de la liberación gay. A principios
de los 70s, cuando combatíamos una ideología que negaba nuestra existencia o
nos definía como individuos psicópatas o abortos de la naturaleza, decir que
"estábamos en todas partes" nos facultaba para luchar. Pero en años recientes nos ha confinado tanto
como las teorías médicas más homofóbicas, y nos ha inmovilizado en nuestro
sitio.
Yo quiero retar ese mito
aquí. Quiero argumentar que los hombres gay y las lesbiana no han
existido siempre, han llegado a existir en una época histórica específica. Su surgimiento está asociado con las
relaciones del capitalismo: ha sido el
desarrollo histórico del capitalismo—más específicamente, su sistema de trabajo
libre—que ha permitido que grandes números de mujeres y hombres a finales del
siglo veinte se auto-proclamen gay, que se perciban como parte de una comunidad
de hombres y mujeres similares, y que se organicen políticamente sobre la base
de esa identidad.[1] Finalmente, quiero sugerir algunas
lecciones políticas que podemos extraer de esta visión de la historia.
¿Cuál es entonces la relación
entre el sistema de trabajo libre del capitalismo y la homosexualidad? Primero, déjenme pasar revista a algunas
características del capitalismo. Bajo el capitalismo, los trabajadores son
"libres" en dos sentidos.
Tenemos la libertad de buscar un empleo.
Somos dueños de nuestra capacidad de trabajar y tenemos la libertad de
vender nuestra fuerza de trabajo por un salario a cualquiera que esté dispuesto
a comprarla. También estamos liberados de toda propiedad excepto nuestra fuerza
de trabajo. La mayoría de nosotros no somos dueños de la tierra o de las
herramientas que producen lo que
necesitamos, pero sí tenemos que trabajar para sobrevivir. Así que, si somos libres para vender nuestra
fuerza de trabajo en el sentido positivo, también estamos liberados, en el
sentido negativo, de cualquier otra alternativa. Esta dialéctica—el juego constante entre la explotación y alguna
medida de autonomía—permea toda la historia de los que han vivido bajo el
capitalismo.
A medida que el
capital—dinero usado para generar más dinero—se expande, también lo hace el
sistema de trabajo libre. El capital se expande de varias formas. Por lo general se expande en el mismo lugar,
transformando firmas pequeñas en otras más grandes, pero también se expande
apoderándose de nuevas áreas de producción: el tejido de la tela, por ejemplo,
o hornear el pan. Finalmente, el capital se expande geográficamente. En los Estados Unidos, el capitalismo asentó su raíz en el Noreste, en un momento
en que la esclavitud era el sistema dominante en el Sur y en que las
sociedades indoamericanas
no-capitalistas ocupaban la mitad
occidental del continente. Durante el
siglo diecinueve, el capital se esparció del Atlántico al Pacífico, y en el
siglo veinte, el capital estadounidense ha penetrado casi todos los rincones
del planeta.
La expansión del capital y la
difusión del trabajo asalariado han producido una enorme transformación en la
estructura y funciones de la familia nuclear, la ideología de la vida familiar,
y el significado de las relaciones heterosexuales. Son estos cambios en la familia los que están más directamente
relacionados con el surgimiento de una vida colectiva gay.
Los colonos blancos en Nueva
Inglaterra en el siglo diecisiete establecieron aldeas estructuradas en torno a
una economía basada en unidades domésticas, compuesta de unidades familiares
que eran fundamentalmente auto-suficientes, independientes, y
patriarcales. Los hombres, mujeres y
niños cultivaban la tierra, que era propiedad del jefe de familia. A
pesar de que existía una división del trabajo entre hombres y mujeres, la
familia era una unidad de producción interdependiente: la supervivencia de cada integrante dependía
de la cooperación de todos. El hogar era el lugar de trabajo donde las mujeres
procesaban productos crudos de la finca
en alimentos para el consumo diario, donde hacían la ropa, el jabón, las velas,
y donde los esposos, esposas, y niños trabajaban juntos para producir los
bienes que consumían. Ya en el siglo diecinueve este sistema de producción
doméstica estaba en declive. En el Noreste, a medida que los capitalistas
comerciales invertían el dinero que
acumulaban en el comercio en la producción de bienes, el trabajo asalariado fue
cada vez más común. Los hombres y
mujeres salieron de las unidades mayormente auto-suficientes de la era
colonial hacia el sistema capitalista
de trabajo libre. Para las mujeres en el siglo diecinueve, el trabajo
asalariado rara vez se extendía más allá del matrimonio: para los hombres, se convirtió en una
condición permanente.
La familia por lo tanto dejo
de ser una unidad auto-suficiente. Pero
a pesar de que ya no era independiente, la familia seguía siendo
interdependiente. Debido a que el capitalismo no se había expandida muy lejos,
a que todavía no se había apropiado de
la producción de bienes de consumo—no la había socializado—las mujeres todavía
llevaban a cabo trabajo socialmente necesario en el hogar. Muchas familias ya no producían grano, pero
las esposas horneaban el pan del trigo comprado con los salarios de los esposos. Cuando compraban hilo o tela, todavía
fabricaban la ropa para la familia. Para mediados del los 1800s el capitalismo
había destruido a autosuficiencia económica de muchas familias, pero no la
dependencia mutua de los miembros.
Esta transición de una economía
doméstica-familiar a una economía capitalista plenamente desarrollada basada en
el trabajo asalariado ocurrió muy lentamente, en un plazo de casi dos siglos.
Todavía en los 1920s el 50 por ciento de la población de los EE.UU. vivía en
comunidades de menos de 2,500 personas. La gran mayoría de los negros a
principios del siglo veinte vivían fuera de la economía del trabajo libre, en
un sistema de tenencia y aparcería que descansaba sobre la familia. No solo existía la agricultura independiente
como un modo de vida para millones de familias, sino que aún en los pueblos y
pequeñas ciudades las mujeres continuaban cultivando y procesando alimentos,
hacían ropa, y se dedicaban a otros tipos de producción doméstica.
Pero para la gente que
experimentó el peso de estos cambios, la familia tomó un nuevo significado como
una unidad afectiva, una institución que producía no bienes sino satisfacción emocional y felicidad. Para los 1920s entre la clase media blanca,
la ideología en torno a la familia la describía como el medio por el cual los
hombres y las mujeres formaban relacionas mutuas de satisfacción y
crecimiento a la vez que generaban un ambiente que sostenía a los
niños. La familia se convirtió en el escenario de la "vida personal",
tajantemente distinguida y desconectada del mundo público y el mundo de la
producción.[2]
El significado de las
relaciones heterosexuales también cambió. En Nueva Inglaterra en la era
colonial, la tasa de nacimientos era de 7 niños por mujer de edad fértil. Hombres y mujeres necesitaban del trabajo de
los niños. Tener niños era tan necesario para la supervivencia como producir
grano. El sexo estaba amarrado a la
procreación. Los Puritanos no celebraban
la heterosexualidad sino el matrimonio; condenaban toda expresión sexual
fuera del lazo matrimonial y no diferenciaban tajantemente entre la sodomía y
la fornicación heterosexual.
Ya en los 1970s, la tasa de
nacimientos había decrecido a menos de dos. Con la excepción del boom de bebés
posterior a la Segunda Guerra Mundial, este descenso ha sido continuo por los
últimos dos siglos, paralelo al despliegue de las relaciones capitalistas de
producción. Ocurrió aún cuando el
acceso a los contraceptivos y el aborto estaba sistemáticamente restringido. El declive ha afectado a todos los sectores
de la población: familias urbanas y rurales, negros y blancos, étnicos y
blancos protestantes anglosajones, la clase media y la clase obrera.
A medida que se difundió el
trabajo asalariado y la producción se
socializó, fue posible liberar a la sexualidad del "imperativo" de la
procreación. Ideológicamente, la
expresión heterosexual se convirtió en un medio de establecer la intimidad,
promover el bienestar, y experimentar el placer. Al destripar a la unidad
doméstica de su independencia económica y promover la separación entre la
sexualidad y la procreación, el capitalismo ha creado las condiciones que le
han permitido a algunos hombres y mujeres organizar una vida personal en torno a la atracción erótica/emocional hacia
los miembros de su propio sexo. Ha hecho posible la formación de comunidades
urbanas de lesbianas y gays y más recientemente, de una política basada en la
identidad sexual.
La evidencia de los archivos
de las cortes y sermones de las iglesias de Nueva Inglaterra en el siglo
diecisiete indican que el comportamiento homosexual masculino y femenino
existía en el siglo diecisiete. El comportamiento
homosexual, sin embargo, no es lo mismo que la identidad homosexual. No
había, simple y sencillamente, un "espacio social" en el sistema
colonial de producción que le permitiera a los hombres y mujeres ser gay. La
supervivencia estaba estructurada en torno a la participación en una familia
nuclear. Existían ciertos actos
homosexuales—sodomía entre los hombres, la "obscenidad" [lewdness]
entre las mujeres—en la cual participaban ciertos individuos, pero la familia
era tan omnipresente que la sociedad colonial ni siquiera tenía una
categoría de homosexual o lesbiana para
describir a una persona. Es muy posible que algunos hombres y mujeres
experimentaran una mayor atracción hacia su propio sexo que hacia el opuesto—de hecho, algunos casos en las
cortes coloniales se refieren a hombres que persistían en sus atracciones
"no-naturales"- pero de esa preferencia no se podía construir un modo
de vida. En Massachusetts en la época colonial hasta existía una ley que le
prohibía a los adultos no casados vivir
fuera de las unidades familiares.[3]
Ya para el final de la
segunda mitad del siglo diecinueve, la situación cambiaba notablemente a medida que se afincaba el sistema
capitalista. Solo cuando los individuos empezaron a ganarse la vida a
través del trabajo asalariado, en vez de en función de una unidad familiar
interdependiente, fue posible que el
deseo homosexual cuajara en una identidad personal—una identidad basada en la
capacidad de permanecer fuera de la familia heterosexual— y construir una vida
personal basada en la atracción hacia el propio sexo. Al final del siglo,
existía una clase de hombres y mujeres que reconocían el interés erótico en su
propio sexo, lo consideraban una característica que los apartaba de la mayoría,
y buscaban la compañía de otros iguales a sí. Estas primeras vidas gay
provenían de un espectro social amplio:
servidores públicos y ejecutivos de negocios, dependientes de tiendas
por departamento y profesores universitarios, operadores de fábrica, ministros,
abogados, cocineros, domésticos, vagabundos, y los ricos que vivían de las
rentas; hombres y mujeres, negros y blancos, inmigrantes y nativos.
En este periodo, los gays y
lesbianas comenzaron a inventarse formas de reunión para sostener una vida de
grupo. Ya a principios del siglo veinte las grandes ciudades tenían bares
homosexuales. Los hombres gays
demarcaron áreas de acercamiento, tales como Riverside Drive en Nueva York y el
Parque Lafayette en Washington. En San Luis y en la capital de la nación, se
efectuaban bailes anuales de transvestistas que atraían a un gran número de
gays negros. Los baños públicos y los YMCA´s
se convirtieron en puntos de encuentro para los hombres homosexuales. Las
lesbianas formaban sociedades literarias y clubes sociales privados. Algunas mujeres de clase obrera se hacían
pasar por hombres para obtener mejores empleos y vivir con otras mujeres—parejas
lesbianas que aparentaban al mundo ser marido y mujer. Entre las profesoras de
las universidades, en los hospedajes, y en las asociaciones profesionales y
clubes que formaban las mujeres se encontraban
relaciones íntimas de toda una vida apoyadas por redes de amistades
lesbianas. Para los 1920s y los 1930s, las grandes ciudades como Nueva York y
Chicago tenían bares de lesbianas.
Estos patrones de vida podían desarrollarse por que el capitalismo le permitía a los individuos sobrevivir más
allá de los confines de la familia.[4]
Simultáneamente, cambiaron
las definiciones ideológicas del comportamiento homosexual. Los médicos
desarrollaron teorías sobre la homosexualidad, describiéndola como una
condición, algo inherente a la persona, que era parte de su
"naturaleza". Estas teorías
no representaban descubrimientos
científicos, explicaciones de áreas del
conocimiento previamente ocultas: en
vez de eso, eran respuestas ideológicas a las nuevas formas de organizar la
vida personal propia. La popularización
del modelo médico, a su vez, afectó la consciencia de las mujeres y hombres que
experimentaban el deseo homosexual, de manera que llegaron a definirse a sí
mismos a través de su vida erótica.[5]
Estas nuevas formas de
identidad gay y patrones de vida de
grupo también se reflejaron en la diferenciación de la gente de acuerdo al
género, la raza, y las clases, divisiones que están tan propagadas en las
sociedades capitalistas. Entre los
blancos, por ejemplo, los hombres gay
han sido más visibles tradicionalmente que las lesbianas. Esto en parte se deriva de la división entre
la esfera masculina pública y la esfera
femenina privada. Las calles, parques y
bares, especialmente de noche, eran "espacios masculinos". Sin embargo la mayor visibilidad de los
hombres gay blancos también era un reflejo de sus grandes números. Los estudios
Kinsey de los 1940s y 1950s encontraron significativamente más hombres que
mujeres con historias predominantemente homosexuales, una situación que yo
argumentaría fue causada por el hecho de que el capitalismo había atraído a
muchos más hombres que mujeres a la fuerza de trabajo asalariada, y con
salarios más altos. Los hombres podían
construir una vida personal más fácilmente sin lazos al sexo opuesto, mientras
que las mujeres permanecían económicamente dependientes de los hombres. Kinsey también encontró una fuerte correlación positiva entre los años de educación y la actividad lesbiana. Las mujeres blancas
con educación universitaria, mucho más capaces que sus hermanas de clase
trabajadora de mantenerse a sí mismas, podían sobrevivir más fácilmente sin
tener relaciones íntimas con los hombres.[6]
Entre los inmigrantes de
clase obrera a principios del siglo veinte, las redes estrechas de parentesco y
la ética de solidaridad familiar
imponían límites a la autonomía individual y dificultaban llevar a cabo una vida gay. En contraste, y por
razones que todavía no están claras, las comunidades urbanas negras aparentaban ser relativamente más tolerantes de la homosexualidad. La
popularidad en los 1920s y 1930s de
canciones con temas gay o lesbianos—"D. Woman" "Prove it on
Me", "Sissy Man", "Fairey Blues"—sugieren una apertura
hacia la homosexualidad que choca con la moralidad de los blancos. Entre los
hombres en las áreas rurales del Oeste
de los EE.UU. en los 1940s, Kinsey encontró una incidencia extensiva de
comportamiento homosexual, pero, en contraste con los hombres blancos en las
grandes ciudades, poca consciencia de la identidad gay. Así que a medida que el
capitalismo ejercía una influencia
homogeneizante al transformar a cada vez más individuos en trabajadores asalariados y separarlos de
las comunidades tradicionales, diferentes grupos de gente fueron afectados de
manera distinta.[7]
La decisión de los hombres y mujeres particulares de actuar sobre
sus preferencias eróticas/emocionales
hacia los miembros del mismo sexo, conjuntamente con la consciencia de que esta
preferencia los hacía distintos, acarreó la formación de una subcultura de
hombres gay y lesbianas. Pero por lo
menos hasta los 1930s esta subcultura permaneció en estado rudimentario, inestable, y difícil de encontrar. ¿Cómo,
entonces, fue que surgió la compleja y bien desarrollada comunidad que existía al momento de estallar el movimiento de liberación gay? La respuesta hay que encontrarla en la
Segunda Guerra Mundial, un momento en el cual los cambios acumulativos de
varias décadas se cristalizaron en una forma cualitativamente distinta.
La guerra perturbó
severamente los patrones tradicionales
de relaciones de género y sexualidad, y creó temporalmente una nueva situación
erótica que propició la expresión homosexual.
Sacó a millones de hombres y mujeres jóvenes, cuyas identidades sexuales
estaban en proceso de formación, de sus casas,
de sus pueblos y pequeñas ciudades, fuera del ambiente heterosexual de
la familia, y los consignó a situaciones de segregación por género—como
soldados, WACs y WAVEs (mujeres en las fuerzas armadas), en facilidades de
hospedaje del mismo sexo para las trabajadoras que buscaban empleo. La guerra liberó a millones de mujeres y
hombres de los medio ambientes donde la heterosexualidad normalmente se
imponía. Para los hombres y las mujeres
que ya eran gay, la guerra proveía la oportunidad de conocer a gente igual. Otros podían convertirse en gays por la
libertad sexual temporal que la guerra proveía. [8]
Lisa Ben, por ejemplo, salió
del closet durante la guerra. Partió
del pequeño pueblo de California donde se crió, vino a Los Angeles a buscar
trabajo, y vivió en un hospedaje de mujeres.
Allí conoció por primera vez a lesbianas que la llevaron a bares gay y
le presentaron a otras mujeres gay.
Donald Vining era un hombre joven con grandes deseos homosexuales y
pocas experiencias gay. Se mudó a la
ciudad de Nueva York durante la guerra y trabajó en una YMCA. Sus diarios revelan numerosas aventuras
sexuales con soldados, marineros, infantes de marina, y civiles en la YMCA
donde trabajaba así como en la residencia de varones donde vivía, y en los
parques, bares, y cines. Muchos soldados se quedaron en ciudades portuarias
como Nueva York , en las YMCA como aquella en que Vining trabajaba. En sus historias orales de San Francisco, de
los 1940s, Allan Bérubé encontró que los años de la guerra fueron críticos a la
formación de una comunidad gay en esa ciudad. Lugares tan distintos como San José, Denver y Kansas City
tuvieron sus primeros bares gays en los 1940s.
Aún la represión severa podía tener efectos secundarios positivos. Pat
Bond, una lesbiana de Davenport, Iowa,
se integró a las WACs durante los 1940s. Atrapada en una purga de cientos de lesbianas de las WAC en el
Pacífico, no regresó a Iowa. Se quedó
en San Francisco y formó parte de una comunidad de lesbianas. ¿Cuántas otras
mujeres y hombres tuvieron experiencias
comparables? ¿Cuántas ciudades experimentaron el crecimiento rápido de
comunidades de lesbianas y gays?[9]
Los hombres y mujeres gay de
los 1940s fueron pioneros. Sus decisiones de actuar sobre la base de sus
deseos son el fundamento de una
subcultura urbana de hombres gay y lesbianas. Durante los 1950s y 1960s la
subcultura gay creció y se estabilizó,
permitiendo que la gente que salía del
closet pudieran encontrar a otras
mujeres y hombres gay más fácilmente que en el pasado. Los periódicos y las revistas
publicaban artículos describiendo la
vida gay masculina. Se publicaron
literalmente cientos de novelas lesbianas.[10] Los psicoanalistas se quejaban de
la facilidad con la que sus pacientes gays encontraban compañeros sexuales. Y
la subcultura gay no sólo se encontraba en las grandes ciudades. Existían bares
de lesbianas y gays en lugares como Worcester, Massachusetts, Buffalo, New
York; en Columbia, Carolina del Sur, y Des Moines, Iowa. En los 1960s la vida
gay se convirtió en un fenómeno esparcido por toda la nación. Al momento de los Motines de Stonewall en
Nueva York en 1969—el evento que encendió el movimiento de liberación
gay—nuestra situación no era en los más mínimo silenciosa, invisible o
aislada. Un movimiento de bases masivo,
de liberación, se pudo formar de la noche a la mañana precisamente por que
existían las comunidades de lesbianas y gays.
A pesar de que la comunidad
gay era la pre-condición para el movimiento de masas, la opresión de las
lesbianas y los gays era la fuerza que impulsaba la existencia del movimiento.
A medida que la subcultura se expandió y se tornó más visible después de la
Segunda Guerra Mundial, la opresión por parte del estado se intensificó,
tornándose más sistemática e inclusiva.
Durante la era de McCarthy, la Derecha hizo chivos expiatorios de los "pervertidos sexuales". Eisenhower impuso una prohibición total al
empleo de los hombres y mujeres gay por el gobierno federal y por los
contratistas gubernamentales. Aumentaron dramáticamente las purgas de las
lesbianas y los gays en las fuerzas armadas.
El FBI instituyo la vigilancia generalizada de los lugares de reunión de
las organizaciones gay y lesbianas, tales como las Hijas de Bilitis y la
Sociedad Mattachine. La oficina de
correos identificaba la correspondencia de los hombres gay y le pasaba
información sobre su actividad homosexual a los patronos. Los escuadrones del vicio urbanos invadían
los hogares, hacían redadas en los bares gay y de lesbianas, entrampaban a los
hombres gay en lugares públicos, y fomentaban cacerías de brujas locales. Los peligros de ser gay aumentaron aún
cuando aumentaban también las posibilidades de ser gay. La liberación gay fue una respuesta a esta
contradicción.
A pesar de que las lesbianas y
los gays lograron victorias significativas en los 1970s y abrieron algunos
espacios sociales seguros donde existir, en lo más mínimo puede decirse que le
hemos asestado un golpe fatal al heterosexismo y la homofobia. Se puede argumentar que la opresión de los
gays ha cambiado de local, desplazándose un tanto del estado al área de la
violencia extralegal con los aumentos de los ataques físicos a las lesbianas y
los hombres gays. Y, a medida que han crecido nuestros movimientos, han
generado una reacción que amenaza con
barrer con nuestras conquistas. Es significativo que esta ofensiva de le Nueva
Derecha ha tomado la forma de un movimiento "pro familia". ¿Cómo es que el capitalismo, cuya estructura
ha hecho posible el surgimiento de una identidad gay y la creación de
comunidades urbanas gay, aparenta no poder aceptar a los hombres gay y a las
lesbianas en su medio? ¿Por qué el heterosexismo y la homofobia aparecen tan
resistentes al asalto?
Las repuestas creo que se
pueden encontrar en la relación contradictoria entre el capitalismo y la
familia. Por una parte, como argumenté
anteriormente, el capitalismo ha socavado las bases de la familia nuclear al
remover las funciones económicas que cementaban los lazos entre los miembros de
la familia. A medida que un número
mayor de adultos ha sido incorporado al sistema de trabajo libre, y a medida que el capital ha expandido su
esfera al producir como mercancías la mayoría de los bienes y servicios que
necesitamos para nuestra supervivencia, las fuerzas que impulsaban a los
hombres y a las mujeres a integrar familias y a permanecer en ellas se han
debilitado. Por otra parte, la
ideología de la sociedad capitalista ha ensalzado a la familia como la fuente
del amor, el afecto, y la seguridad emocional, el lugar donde nuestra necesidad
de relaciones humanas estables e íntimas se satisface.
La elevación de la familia
nuclear a la preeminencia en la esfera de las relaciones personales no es
accidental. Toda sociedad necesita estructuras de reproducción y para la cría
de los niños, pero las posibilidades no se limitan a la familia nuclear. Sin
embargo la familia privatizada se ajusta bien a las relaciones capitalistas de
producción. El capitalismo ha
socializado la producción a la vez que sostiene que los productos del trabajo
socializado pertenecen a los dueños de
la propiedad privada. En muchas
maneras, la cría de los niños también ha sido socializada en los últimos dos
siglos, con las escuelas, los medios masivos de comunicación, los grupos de
gente de la misma edad, y los patronos,
asumiendo funciones que antes pertenecían a los padres. Sin embargo, la sociedad capitalista
sostiene que la reproducción y la cría de los niños son tareas privadas, que
los niños "pertenecen" a los padres, los cuales ejercen derechos de
propiedad. Ideológicamente, el
capitalismo impulsa a la gente hacia las familias heterosexuales: cada generación llega a la edad adulta
habiendo internalizado el modelo heterosexista
de la intimidad y las relaciones
personales. Materialmente, el capitalismo
debilita los lazos que antes mantenían
a las familias unidas de manera que los
integrantes experimentan una inestabilidad creciente en el lugar donde han
aprendido a esperar la felicidad y la seguridad emocional. Así que a pesar de que ha sido el propio
capitalismo el que ha destrozado el fundamento material de la vida familiar,
las lesbianas, los gays las feministas heterosexuales se han convertido en el
chivo expiatorio de la inestabilidad social del sistema.
Este análisis, si resulta
persuasivo, tiene implicaciones para nosotros en el presente. Puede afectar
nuestra percepción de nuestra propia identidad, la formulación de nuestras
metas políticas, y nuestras decisiones sobre estrategia.
He argumentado que las
identidades y comunidades lesbiana y gay son productos históricos, el resultado
de un proceso de desarrollo del capitalismo que ha cruzado muchas generaciones.
Un corolario de este argumento es que no
somos una minoría social fija compuesta
en todas las edades de un por ciento fijo de la población. Somos más que hace cien años, más que
hace cuarenta años. Y bien puede darse
el caso que haya más lesbianas y gays en el futuro. Los reclamos hechos por gays y no-gays de que la identidad sexual
se fija a edad temprana, y de que los grandes números de hombres gays visibles
y lesbianas en la sociedad, los medios
de comunicación, y las escuelas no van a tener efecto sobre la identidad sexual
de los jóvenes, son erróneos. El capitalismo ha creado las condiciones
materiales para que el deseo homosexual se exprese como un componente central
de algunas vidas individuales: ahora, nuestros movimientos políticos están
cambiando las consciencias. creando las condiciones ideológicas que hacen más
fácil que la gente tome esas decisiones.
No hay duda de que este
argumento confirma los peores miedos y la retórica más rabiosa de nuestros
opositores políticos. Pero nuestra respuesta debe ser retar la creencia
subyacente de que las relaciones homosexuales son malas, una pobre segunda
opción. No nos debemos acomodar en la
defensa oportunista de que la sociedad
no debe preocuparse cuando nos tolera, ya que solamente los homosexuales se
convierten en homosexuales. En el mejor de los casos, un análisis de grupo de
minoría y una estrategia de derechos civiles nos corresponde a aquellos que ya
somos gay. Pero la defensa oportunista
de que siembre tendremos los mismos números abandona a la juventud de hoy—las
lesbianas y gays del mañana—a que internalicen unos modelos heterosexistas, y
puede luego requerir una vida entera para enmendar.
También he argumentado que el
capitalismo ha separado la sexualidad
de la procreación. El deseo sexual humano no tiene que estar amarrado a
los imperativos reproductivos, a la
procreación; su expresión ha entrado cada vez más al terreno de la
libertad de opción. Las lesbianas y los
homosexuales encarnan más claramente la potencialidad de esta división, ya que
nuestras relaciones gay se encuentran enteramente fuera del marco reproductivo. La aceptación de nuestras opciones eróticas
depende en última instancia del grado en que
la sociedad esté dispuesta a afirmar la expresión sexual como una forma
de juego positiva, que mejora la vida.
Nuestro movimiento puede haber comenzado como la lucha de una minoría, pero lo que debemos "liberar"
ahora es un aspecto de la vida personal de todo el mundo—la expresión sexual.[11]
Finalmente, he sugerido que
la relación entre el capitalismo y la familia es fundamentalmente
contradictoria. Por una parte, el capitalismo debilita continuamente los
fundamentos materiales de la vida familiar, haciendo posible que los individuos
vivan fuera de las familias, y facilitando el desarrollo de una identidad
lesbiana y gay. Por otra parte,
necesita impulsar a los hombres y mujeres hacia las familias, al menos por
tiempo suficiente para producir la próxima generación de trabajadores. La elevación de la familia a la
preeminencia ideológica garantiza que la sociedad capitalista reproduzca no solo niños, sino el
heterosexismo y la homofobia. En el
sentido más profundo, el problema es el capitalismo.[12]
¿Cómo escapamos de la
condición de chivos expiatorios, de víctimas políticas de la inestabilidad
social que el capitalismo genera? ¿Cómo
podemos tomar esa relación contradictoria
y utilizarla para avanzar hacia la liberación?
Los hombres gay y las
lesbianas existen en un terreno social más allá de los confines de la familia nuclear heterosexual. Nuestras comunidades se han formado en ese
espacio social. Nuestra supervivencia y
liberación dependen de la capacidad de defender y expandir ese terreno, no solo
para nosotros sino para todo el mundo.
Eso significa, en parte, apoyar los asuntos que expanden las
oportunidades de vivir fuera de las
unidades familiares heterosexuales tradicionales: asuntos como la
disponibilidad del aborto y la
ratificación de la enmienda de derechos iguales, acción afirmativa para la
gente de color y las mujeres, cuidado de niños financiado públicamente y otros
servicios sociales esenciales, pagos de
beneficencia decentes, pleno empleo, derechos para la gente joven—en otras
palabras, programas y asuntos que
proveen la base material de la autonomía personal.
Los derechos de la gente
joven son especialmente críticos. La
aceptación de niños como dependientes, propiedad de los padres, está tan
enraizada que apenas podemos imaginar
lo que significaría tratarlos como seres humanos independientes,
particularmente en el terreno de la expresión sexual y el derecho a escoger. Y sin embargo, mientras eso no ocurra, la
liberación gay estará más allá de nuestro alcance.
Pero la autonomía personal es
sólo la mitad de la historia. La
inestabilidad de las familias y el sentido de la impermanencia e
inseguridad que la gente está
experimentando en el presente en sus relaciones personales son problemas
sociales reales que hay que atacar.
Necesitamos soluciones políticas a esas dificultades de la vida
personal. Estas soluciones no deben ser
una versión radical de la posición pro-familia , o propuestas de izquierda para
fortalecer la familia. Los socialistas por lo general no responden a la
explotación y la desigualdad económica
del capitalismo industrial haciendo un
llamado al retorno a la granja familiar o la producción artesanal. Reconocemos que el gran aumento en la productividad que el
capitalismo ha hecho posible al
socializar la producción es uno de sus aspectos progresistas. Igualmente, debemos evitar intentos de regresar a un pasado mítico de
la familia feliz.
Necesitamos, sin embargo,
estructuras y programas que ayuden a disolver las fronteras que aíslan a la
familia, particularmente aquellas que privatizan la cría de los niños.
Necesitamos cuidado de niños controlado por la comunidad o por los
trabajadores, viviendas donde coexistan la privacidad y la comunidad,
instituciones de barrio—desde clínicas médicas hasta centros de bellas artes—que ensanchen la unidad social donde cada
uno de nosotros tiene un lugar seguro.
Al crear estructuras más allá de la familia nuclear que provean un
sentido de pertenencia, la familia disminuirá en importancia. Cada vez nuestra
seguridad emocional dependerá menos de ella.
Es este sentido los hombres
gays y las lesbianas están bien situados para jugar un papel especial. Al igual que la mayoría de nosotros, que ya
estamos excluidos de la familia, hemos tenido que crear , para nuestra
supervivencia, redes de apoyo que no dependen de los lazos sanguíneos o de una
licencia del estado, pero que son libremente escogidos y cuidados. La
construcción de una "comunidad afectiva" de be ser tan parte de nuestro
movimiento político como las campañas de derechos civiles. De esta forma podremos prefigurar la forma de las relaciones personales en una
sociedad basada en la igualdad y la justicia en vez de la explotación y la
opresión, una sociedad donde la autonomía y la seguridad no sean mutuamente
excluyentes sino que coexistan.