OCCIDENTE Y LOS ISLAMISTAS. LAS RAZONES POLÍTICAS DEL CONFLICTO

 Gema Martín Muñoz

Profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

Publicado en la revista Claves de Razón Práctica, nº 117, Noviembre 2001.

            En las primeras manifestaciones desarrolladas en Pakistán en contra del bombardeo americano de Afganistán se pudieron leer varias pancartas en las que se decía: "!América piensa¡ ¿Por qué te odiamos?" Estas dos frases contienen dos principios claves que han faltado en la aproximación occidental al mundo musulmán: pensar y conocer. Frente al regodeo en la facilona teoría del choque de civilizaciones, creada por la intelligentsia norteamericana, deberíamos darnos cuenta de que la cuestión está mucho más centrada en la memoria histórica y en la política. Lo que más nos separa actualmente del mundo musulmán es que no compartimos la misma memoria histórica porque hemos vivido dos experiencias políticas muy diferentes pero trágicamente interconectadas.Y es muy lamentable que haya tenido que ser un brutal atentado terrorista el que ha resaltado de manera súbita esta realidad, que se debería tener muy en cuenta si verdaderamente se quiere afrontar a largo plazo la amenaza de ese terrorismo.

Nuestra enraizada visión culturalista y monolítica del mundo musulmán nos ha llevado a seleccionar los aspectos negativos de esa parte del mundo, que sin duda existen, explicándolos por un determinismo islámico insuperable a través del cual nos afirmamos etnocéntricamente en nuestra modernidad y progreso laicos. Nos hemos empecinado en vincular la falta de democracia con el carácter islámico de esas poblaciones, la desigualdad entre hombres y mujeres por imposición del islam, la debilidad del laicismo porque son musulmanes, la violencia porque son fanáticos islámicos.... No estamos entendiendo nada y además de manera insultante estamos suponiendo que a mil millones de musulmanes no les interesan la democracia, las libertades ni los derechos. Y de nuestra ignorancia hemos hecho una certeza absoluta que nos ha llevado a una memoria histórica con respecto a este mundo fundada en la oposición cultural y religiosa (reniegan de los valores de la civilización moderna!!), en tanto que la memoria histórica de los musulmanes con respecto a Occidente (que bien poco nos ha importado conocer, y de ahí las consecuencias) tiene unas raíces profundamente políticas, y muchas de ellas directamente relacionadas con las causas por las que esta parte del mundo no ha podido aún desembocar en un modelo político y social satisfactorio para sus ciudadanías (colonización, división artificial de los Estados-nación, creación de Israel, doble estándar con respecto a la democracia y los derechos humanos, desprecio por el sufrimiento masivo de poblaciones civiles, ya sean kurdos, palestinos, iraquíes, afganos).

Algunos dicen que el mundo musulmán ha quedado rehén de esa memoria histórica sin saber superar el trauma del colonialismo y lograr modernizarse tomando los valores modernos que ese colonialismo le descubrió abriendo un debate social y político crítico; o que no ha sido capaz de resolver el problema de la legitimidad política porque nunca se han desarrollado modelos que funcionaran; o que los intelectuales no han cumplido su papel crítico ante la sociedad, y que todo eso no es culpa de los EEUU y Occidente. Pero esto es sólo una verdad a medias. El mundo musulmán no es rehén del pasado porque la injerencia exterior no se redujo sólo al colonialismo sino que se ha prolongado hasta la actualidad, y de manera intensiva desde la Guerra del Golfo. En el fracaso de todos los intentos por desarrollar modelos políticos en los que se avanzaba hacia la democratización, ha habido una parte de responsabilidad occidental: los primeros intentos de llevar adelante experiencias constitucionales en el siglo XIX, en las provincias árabes de Túnez, Egipto o en el propio centro del Imperio otomano con las reformas turcas, fueron saboteadas por Francia e Inglaterra; las experiencias de gobierno liberal en la primera mitad del siglo XX, en Egipto, Iraq o Siria, fueron minadas en su funcionamiento democrático en buena parte por los intereses de esas dos potencias europeas de seguir tutelando sus antiguas colonias; el desastre del Líbano que le llevó a una sangrienta guerra civil durante más de quince años tuvo sus raíces en la construcción de un Estado para la hegemonía política cristiana maronita, principal clientela de Francia en el Medio Oriente, frente a la mayoría musulmana; tras el largo paréntesis de los gobiernos nacionalistas socialistas (que hicieron honor al modelo autocrático soviético que les inspiró), los gobiernos neoliberales han aplicado reformas de liberalización  económica acompañadas de un creciente despotismo político que es blanqueado por sus aliados europeos y norteamericanos para desdicha de sus poblaciones diariamente sometidas a una represión bárbara. Las elecciones más competitivas y transparentes celebradas en esta parte del mundo, en la Argelia de 1991, fueron dinamitadas por un golpe de Estado militar que contó con el aval de todo occidente. Regímenes como el argelino, tunecino o egipcio (por poner los casos más significativos) sobreviven utilizando la represión como sistema de control social con el apoyo económico y político de Europa y los EEUU, quienes ignoran las permanentes violaciones de los derechos humanos que denuncian todas las organizaciones internacionales, etc, etc. Quienes representan las interpretaciones modernistas desde el marco del islam han sido perseguidos, aniquilados o encarcelados, en tanto que esos regímenes, con un apoyo decisivo por parte de Occidente, se han aliado de los sectores más ultraconservadores convirtiéndoles en un islam oficial que bloquea cualquier reforma social modernizadora. En un país como Irán donde existe un movimiento reformista modernizador y liberal, lejos de apoyarlo para que se imponga a los sectores ultraconservadores, se siguen manteniendo las sanciones por parte de EEUU, a pesar de que ese aislamiento y falta de ayuda económica sólo beneficia a la "vieja guardia" revolucionaria. Se detiene inmediatamente la guerra del Golfo contra Saddam Husein en el momento en que éste podía ser derrocado por la oposición más representativa del país porque esa oposición estaba liderada por el sector shií iraquí que no convenía a los intereses estratégicos de los EEUU en la zona. Se prefirió dejar al tirano y someter a Irak a un embargo que sólo padece la población civil, expuesta además a la impunidad de un gobierno tribalizado sin capacidad para actuar como potencia regional, que es lo que interesa a EEUU y a Israel, pero con gran capacidad para depredar a su sociedad y la renta del país. Se establece un doble rasero con respecto al cumplimiento de las resoluciones de la ONU, estrictamente exigidas a Irak y completamente ignoradas para Israel con respecto a los derechos palestinos, a la vez que se asumen los intereses estratégicos de Israel en la región y se adoptan las visiones israelíes sobre quienes son o no terroristas en la región.

Es decir, la política interior en esta parte del mundo está permanentemente filtrada por la política exterior occidental y, si bien existen en efecto múltiples responsabilidades por parte de las elites locales y sus intelectuales orgánicos, éstos logran imponerse al librepensamiento, consiguen bloquear el diálogo entre todos los modernistas -desde el pensamiento islámico al secularizado- y se perpetúan ilegítimamente en el poder castigando a sus poblaciones, por diversas causas endógenas pero también exógenas. Y estas últimas a veces son definitivas y están enormemente presentes en el imaginario de las poblaciones civiles musulmanas, que saben que en esta parte del mundo la capacidad de influencia de los actores externos es enorme.

Por otro lado, desde el mundo occidental existe una impositiva cultura enraizadamente judeo-cristiana a la hora de comportarse con respecto al mundo musulmán. Por quedarnos en los acontecimientos actuales, la revancha y el "ojo por ojo" está ocupando un espacio demasiado importante en la estrategia militar decidida como primer paso en la lucha contra el terrorismo (alimentando en el mismo sentido esa memoria histórica de los musulmanes del mundo); la utilización del término "cruzada" para caracterizar la guerra contra el terrorismo global muestra ese desconocimiento profundo de la memoria histórica del Mundo musulmán y se contradice con la machacona expresión de "esta no es una guerra contra el islam"; y la utilización de conceptos como "la batalla del Bien contra el Mal", "justicia infinita" o "Dios bendiga a América" remite a nuestro exclusivo mandato divino para hacer justicia. Cuando desde el mundo musulmán se invoca a Dios (al que siempre definimos como Alá, dando a entender que el Dios de los musulmanes es distinto al nuestro, lo que es teológicamente falso) lo consideramos la prueba de su lastre ante la modernidad y, sin embargo, estamos recurriendo igualmente a la religión para justificar nuestras acciones.

Las manifestaciones en contra de EEUU que se están desarrollando en muchas partes del mundo musulmán son el resultado de esa memoria histórica acumulada y no un levantamiento contra la civilización occidental, o en todo caso lo es pero contra el monopolio egoísta que los representantes de esa civilización hacen del derecho internacional, la democracia, el desarrollo económico y el estado de derecho. Y no nos engañemos pensando que esas manifestaciones representan sólo a minorías radicales defensoras de Ben Laden porque ésa es sólo la punta del iceberg -mediáticamente sobredimensionada- de lo que es una expresión extensible a prácticamente toda la sociedad civil harta del doble rasero y la injusticia. Ben Laden es parcialmente el símbolo en esas manifestaciones pero en absoluto la causa.

Lo que es de una importancia extrema en este momento tan complejo y lleno de enormes riesgos es si se va a dejar que sean los representantes del radicalismo en el mundo musulmán los que se beneficien oportunistamente de esa memoria histórica o si, por el contrario, va a haber un cambio estratégico, y no sólo táctico, en la política internacional para construir un proceso histórico nuevo. Debe quedar muy claro que no se puede luchar contra el terrorismo sin modificar la política occidental en el mundo musulmán. Hemos llegado a un punto sin retorno en este sentido y si los líderes europeos y norteamericanos no integran en sus objetivos nuevas líneas de comportamiento político en esta parte del mundo que tengan en cuenta el factor humano, sus aspiraciones democráticas y la defensa a ultranza del estado de derecho, esto va a ser una catástrofe para los musulmanes y para los occidentales. Bombardear Afganistán no ha sido un buen comienzo.

Acabar con la amalgama del "fundamentalismo islámico"

La coletilla de "esto no es una guerra contra el islam y los musulmanes" no tiene ningún valor por sí misma, pronunciada de manera retórica sin una reflexión sobre lo que se está diciendo, y menos aún si seguimos hablando de terrorismo "islámico". El hecho de decirlo muestra ya que el universo musulmán no está siendo juzgado con los mismos parámetros que el judaísmo y el cristianismo. Si los terroristas hubiesen sido miembros de grupos judíos o cristianos, se les habría definido de fanáticos y extremistas. Punto. Pero el estigma de lo islámico ha sido tan abusivamente extendido desde la revolución islámica de Irán que ahora nos damos cuenta de que hemos demonizado globalmente a los musulmanes al comprobar las reacciones de racismo que están teniendo lugar contra quienes viven en Europa y América nada más tener lugar los atentados. Y si no es una guerra contra el islam y los musulmanes, muy bien, pero entonces contra quién es. Ahí nos encontramos con un crucial problema de definición. La amalgama que se ha construido en torno al "fundamentalismo islámico", primero, y entre éste y el terrorismo después, nos ha hecho caer en la trampa de no saber hoy día de quienes estamos hablando, y lo que es peor, nos puede llevar a provocar más injusticias si no se tiene claro quienes son los objetivos de una lucha que se promete larga y mundializada.

Acabar con la amalgama del "fundamentalismo islámico" tendría que ser el primer cambio a llevar a cabo, estableciendo bien las enormes diferencias que existen entre los actores del ámbito islámico y los diversos entornos en los que actúan. Así mismo, imponer el estado de derecho a los regímenes que lo ignoran y desprecian diariamente, sería otro paso necesario para evitar las interpretaciones interesadas de lo que es terrorismo, en una parte del mundo donde se ha dado un uso abusivo del término para aniquilar a oposiciones políticas ajenas al recurso de la violencia, o para estigmatizar a movimientos de resistencia anticolonial.

En el mundo árabe y musulmán entre los sectores más ultraconservadores e integristas destacan los ulemas tradicionalistas, los cuales no desempeñan un papel político de oposición sino de alianza con los gobiernos autocráticos en el mundo musulmán. No son islamistas, sino que tienen una relación de conflicto con ellos. Estos ulemas proceden de las instituciones islámicas oficiales y son nombrados por los gobiernos para componer los denominados Consejos Superiores de Ulemas. Están funcionarizados y al servicio del poder. Los gobiernos los utilizan como correas de transmisión con la sociedad a fin de que les avalen políticamente y les permita tener el monopolio del uso político de la religión. A cambio, los gobiernos les permiten ejercer el control sobre el modelo social y convertirse en los censores de la sociedad y los guardianes de la tradición, bloqueando todo cambio y reforma social o cualquier interpretación modernista del islam. Así se da la paradoja de que son los actores islámicos menos politizados y aliados de los gobiernos despóticos, a su vez aliados de Occidente en su mayoría, los principales responsables de que no se avance en la modernización de la sociedad, en tanto que cuando se habla de "fundamentalismo islámico" el mundo occidental sobreentiende que se trata de los movimientos de oposición política que representan sobre todo los islamistas. Y lejos de lo que se piensa, estos movimientos islamistas tienen un potencial modernizador mucho mayor y son en su inmensa mayoría ajenos a la violencia.

El islamismo procede de una tendencia de pensamiento reformista musulmán que empezó a desarrollarse en el siglo XIX cuando la decadencia del Imperio Otomano motivó a las élites intelectuales árabes a buscar nuevos proyectos de renovación. Para algunos la solución estaba en imitar el modelo liberal europeo pero para otros la respuesta estaba en modernizar el islam con una nueva interpretación. Con la creación de los Hermanos Musulmanes en Egipto a finales de los años veinte se empezó a dar una organización política a ese pensamiento teórico, dando origen al movimiento islamista. Los islamistas van a defender un orden islámico pero sin negar una interpretación contemporaneista que se adapte a la realidad del momento.

Hoy día podemos hablar de la tercera generación de islamistas si partimos desde el momento en que Hasan al-Banna fundó en Egipto, en 1928, la Asociación de los Hermanos Musulmanes. La primera generación formó parte del movimiento nacional de liberación contra la dominación colonial: los Hermanos Musulmanes participaron activamente en la lucha nacional contra los británicos y en la primera guerra de Palestina en 1948, y su representación alcanzaba los tres millones de militantes en el momento del golpe de Estado de los Oficiales Libres en 1952. De manera similar ocurrirá en otras geografías árabes: en Iraq, el liderazgo religioso shií ha pasado a la historia del país como un actor indisociable de la conocida “revolución de 1920” contra la imposición del gobierno británico; y en Argelia una corriente del FLN que luchó en la guerra de liberación procedía del Movimiento salafí de Ben Badis de los Ulemas de Argelia.

Tras las independencias los movimientos nacionalistas monopolizaron el Estado. En muchos países del Mundo Arabe las élites nacionalistas y militares de tendencia secularizadora que dominaron el aparato del Estado expulsaron del mismo a las corrientes islamistas experimentándose importantes cambios en su seno como consecuencia de la vivencia de la represión del Estado contra ellos. El naserismo, el ba‘zismo, el kemalismo o el régimen del shah en Irán surgirán como inmisericordes rivales políticos y la segunda generación islamista conocerá la experiencia del encarcelamiento, la aniquilación y el exilio de la mano de sus camaradas de antaño en la lucha anticolonial. Mientras para la primera generación el adversario principal era “externo” -las potencias coloniales-, para la segunda generación el adversario será musulmán: los gobiernos socialistas autocráticos que los ilegalizan y reprimen.

Su persecución y represión va a influir en la aparición de una corriente radical islamista en la que lo prioritario dejará de ser la reforma de la sociedad para serlo el derrocamiento del poder, y marcará el comienzo de disensiones entre la primera generación y algunos sectores más jóvenes endurecidos por las practicas represivas de los regímenes socialistas árabes.

Este será el origen del nacimiento de los movimientos islamistas violentos en ruptura y confrontación con la tendencia madre reformista de los Hermanos Musulmanes, que denunciará su concepción radical y violenta hasta la actualidad. Es más, en este momento se va a producir un profundo cisma entre reformistas y extremistas, que se acrecentará a medida que tengan lugar acciones terroristas. Estos grupos radicales clandestinos, con una concepción islámica rigorista e intolerante y en gran desconexión con la sociedad, han sido siempre muy minoritarios con respecto a la corriente reformista, y han centrado el blanco de su violencia en los regímenes árabes, siendo el asesinato de Anwar al-Sadat de mano del Yihad egipcio el más espectacular en ese sentido.

A partir de entonces dos van a ser los itinerarios islamistas, según se trate de extremistas o reformistas. Desde el sector extremista una serie de grupos nacidos en los años setenta seguirán centrando su acción en su propio marco nacional, en tanto que en los ochenta surgía una nueva generación criada en la guerra de Afganistán. Entre los primeros, grupos como El partido de la Liberación Islámica, al que se conoce por llevar a cabo un primer atentado sin éxito contra el presidente Anuar al-Sadat en 1974 y haber sido acusado en Jordania de intento de complot contra el trono en en 1993, al-Yihad, ubicado principalmente en Egipto, Palestina y Líbano (en este país actuó principalmente durante la guerra civil libanesa realizando múltiples secuestros) y Takfir wa Hiyra, actuarán independientemente y desde los años setenta nacen, desaparecen, se reestructuran, o incluso en ocasiones no son sino una sigla que oculta a los verdaderos promotores no siempre islamistas de la violencia.

En otras ocasiones el grupo extremista es exclusivamente autóctono y antes de radicalizarse cohabitó con el sistema, como es el caso de las Gama`at islamiyya de Egipto desarrolladas inicialmente en el ámbito urbano y estudiantil hasta que el acuerdo de paz con Israel en 1979 y la acogida del shah de Persia en el país, tras ser expulsado por la revolución islámica, pusieron fin al modus vivendi que hasta entonces había prevalecido entre el régimen de Sadat y las Gama`at.

La invasión soviética de Afganistán en 1979 en plena guerra fría va a llevar a EEUU junto con sus regímenes musulmanes aliados a crear, organizar y financiar una guerrilla islamista, en ferviente oposición ideológica con el comunismo, para que luche contra los soviéticos en Afganistán. Reclutados en todo el mundo árabe y musulmán, y adoctrinados por Arabia Saudí en torno a una concepción islámica radical de la "guerra santa", los combatientes islámicos en Afganistán, entre los que se contó Osama Ben Laden, van a ser los aliados de EEUU en esa guerra contra la URSS. Pero esa experiencia va a ser el germen de la radicalización de esos veteranos de la guerra de Afganistán que, adoctrinados en un islam rigorista e intransigente, vivirán la exhaltación de la victoria del islam sobre el comunismo y la experiencia del triunfo a través del combate. Cuando vuelvan a sus respectivos países de origen van a rechazar la moderación de los grandes partidos islamistas reformistas donde podrían integrarse, y van a nutrir las ramas radicales y violentas. Los "afganos", como desde entonces se les llamará, van a mantener lazos entre sí desde sus diferentes países y de ellos surgirá la trama de Osama Ben Laden, quien se acabará caracterizando por trasladar su acción del ámbito árabe-musulmán hacia una potencia exterior como EEUU, consecuencia de la Guerra del Golfo.

En Arabia Saudí ya se había manifestado una oposición islamista contra el régimen desde 1979, achacándole su corrupción y desvió del auténtico islam a pesar de arrogarse la representación y vigilancia de los santos lugares, pero sobre todo comenzarán a expresarse de manera violenta en los últimos años a través de atentados contra la presencia norteamericana en el país, incrementada como en ningún otro país musulmán desde la Guerra del Golfo. El valor sagrado simbólico que tiene esta región con La Meca y Medina en su interior ha radicalizado la reacción contra esa presencia exterior. Osama Ben Laden organizará su trama desde esa doble articulación afgana y saudí, sin que existan lazos con los otros movimientos extremistas anteriores, sino más bien la tránsfuga de individuos concretos.

Sin embargo, los Talibanes ni se pueden considerar un movimiento islamista ni surgieron vinculados al movimiento de Ben Laden. Los Talibanes son un movimiento creado por el Estado pakistaní con apoyo del Estado saudí, tradicional aliado de Pakistán y con el que comparte una muy parecida interpretación islámica ultraconservadora y rigorista. Desde la independencia de Pakistán en 1947, este país ha tenido un conflicto endémico con la India por la cuestión de Cachemira y ha buscado siempre garantizarse el control y la estabilidad de su otra frontera oeste con Afganistán, perturbada por la expansión del nacionalismo unitario pastún. Los designios coloniales británicos dividieron en dos partes, entre la India bajo colonización inglesa y Afganistán, un área étnica y culturalmente homogénea pastún. Cuando se separó Pakistán de la India, el nacionalismo pastún siguió denunciando esa frontera artificial y planteando a Pakistán serios problemas de estabilidad. De ahí que Pakistán haya buscado siempre garantizarse una especie de alianza tutelada con Afganistán. La invasión soviética de Afganistán puso en riesgo dicha estabilidad en un marco de guerra fría en que Pakistán pertenecía a la órbita norteamericana. Fue entonces cuando el presidente paquistaní de la época recibió de los EEUU una propuesta muy similar a la que actualmente han planteado a su sucesor, Musharraf. El también general Zia ul-Haq fue reclamado por los EEUU para que desempeñase un papel sustancial en el apoyo y financiación de la guerrilla islámica afgana contra los soviéticos. Con el apoyo americano el régimen militar de ul-Haq logró legitimidad internacional y una enorme ayuda económica que le permitía paliar la aguda crisis económica y social de su país, a la vez que trataba de recuperar a su favor a Afganistán. Pero parte de la ayuda internacional fue también utilizada para reislamizar aún más su país creando multitud de escuelas religiosas (madrasas) ultratradicionalistas. Esos estudiantes estaban llamados a ser la base social del despótico régimen paquistaní, que reprimía sin miramientos a toda la oposición política del país, y el escudo contra la ideología comunista. Cuando en 1992 la resistencia islámica afgana venció a los soviéticos, los EEUU y sus aliados occidentales abandonaron a su suerte a los muyahidin mientras, de hecho, una guerra de facciones acababa dominando la situación interna afgana. Pakistán se implicó intensivamente en esa guerra civil apoyando y financiando al movimiento de estudiantes religiosos Talibán dirigidos por el guía carismático Muhammed Omar, para lograr imponer un gobierno estable en Afganistán bajo su tutela. Entre 1995 y 1996 los Talibanes se impusieron como gobernantes en Afganistán. Para Pakistán, los EEUU y las empresas petrolíferas internacionales significaban una apuesta estratégica para garantizar el transporte de petróleo y gas del Asia Central al Golfo Pérsico. Unido a esto, Arabia Saudí, Pakistán y los EEUU marginaban a su común enemigo estratégico, Irán, quien también tiene gran capacidad de influencia en Afganistán por las largas raíces históricas que le unen a este país. El problema ha surgido de la impredecible y progresiva independencia que los Talibanes han desarrollado hasta acabar enfrentados con los EEUU por su complicidad con Osama Ben Laden, pero no porque su régimen sea aberrante y dictatorial. Al fin y al cabo no es sino una versión más primaria y tribal del modelo saudí y pakistaní que nunca han dejado de apoyar.

El problema está en que ahora Pakistán, un país con un elevadísimo índice de pobreza y un sistema arbitrario completamente al margen de la ley, se enfrenta a un gran riesgo de desestabilización interna porque no es capaz de cohesionar a su favor a todos esos movimientos religiosos que ha creado, como antaño hizo en contra de un enemigo comunista exterior. Por el contrario, se oponen radicalmente a que otra fuerza exterior bombardee y aniquile a un movimiento con el que tienen identidad ideológica y al que consideran libertador.

El islamismo reformista

El itinerario y evolución de los partidos políticos islamistas reformistas ha sido muy diferente al de las ramas extremistas, incluida por supuesto la de Osama Ben Laden. Actualmente podemos hablar de la tercera generación de islamistas reformistas. Este islamismo reformista, a diferencia del islam tradicionalista e institucionalizado, es autónomo políticamente y está vinculado a los cambios sociales y políticos que experimentan las sociedades musulmanas actuales y, en consecuencia, se alejan de las visiones ahistoricistas, en las que el islam es percibido como un sistema intemporal que potencia el inmovilismo, como es el caso de los ulemas tradicionalistas o del wahhabismo en Arabia Saudí y los talibanes en Afganistán.

Por el contrario, son una tendencia muy preocupada por los elementos socio-educativos y por la búsqueda de referencias propias para recuperar una imagen de sí mismos positiva y afirmativa. De Occidente se espera un tratamiento de reconocimiento y respeto, pero no se construye la recuperación del islam contra Occidente. Lo que sí se cuestiona es que la especificidad del universo cultural occidental haya sido erigida arbitrariamente en  referencia universal absoluta. Por ello, cuando en ocasiones este discurso islamista expresa resentimiento hacia Occidente no es porque desprecie los valores que en él existen de progreso y desarrollo o en relación a las libertades públicas que en él se gozan, sino por su arrogancia y su doble moral a la hora de defender los derechos humanos, la democracia o, cuestión siempre presente, la situación de los palestinos.

Las nuevas élites islamistas ponen en duda la identificación entre modernidad y occidentalización pero no rechazan a la primera, más bien representan la expresión de un deseo de apropiación crítica y de una aspiración a participar en su construcción. En función de este criterio, junto a toda una serie de referencias simbólicas de inspiración islámica (vestimenta, lenguaje, comportamientos...) existe una temática recurrente en torno a la recuperación y desarrollo moderno de principios e instituciones propios del patrimonio político islámico, pero no existe un modelo único de Estado islámico desarrollado como tal y que represente a todos los proyectos reformistas. Bien al contrario, la evolución histórica y la adaptación a la realidad han ido imponiendo la diversidad dentro de la tendencia y su ejercicio político dentro del marco nacional y constitucional respectivo, en contra de las visiones panislámicas e internacionalistas.

Así mismo, hay que distinguir a los movimientos islamistas reformistas de los ulemas tradicionalistas vinculados a los gobiernos. La observación del perfil sociológico del militante y seguidor islamista lo manifiesta claramente. Estos islamistas, lejos de proceder de las instituciones tradicionales islámicas, proceden de los nuevos espacios que ha creado la modernización del mundo musulmán contemporáneo. Proceden del sistema escolar moderno, y a menudo de las especialidades universitarias científicas. De hecho, los campus universitarios han sido siempre un espacio de expansión islamista indudable desde los años ochenta, donde han sustituido al liderazgo estudiantil de izquierdas predominante en la década anterior. Valga el ejemplo del propio fundador de los Hermanos Musulmanes, Hasan al-Banna, que nunca fue un hombre de religión según los patrones tradicionales. Se formó en la moderna universidad cairota de Dâr al-‘Ulûm, y no en la Universidad islámica del Azhar, y siempre estuvo más próximo al modelo de político que al de predicador. En Argelia, el grupo denominado Al-Yazâra (“argelinista”) nació en el seno de la universidad de Argel sin ninguna relación con los establecimientos islámicos, y la profesión de sus líderes, Abbasi Madani y Abdelqader Hachani, han sido respectivamente la de psicopedagogo doctorado en Inglaterra e ingeniero de la sociedad nacional del petróleo argelino Sonatrach. En Túnez, Rachid Gannuchi antes de llegar al islamismo tuvo un itinerario nacionalista socialista en los años en que vivió en Siria. En Jordania, Laith Chubaylat es ingeniero diplomado en la Universidad Americana de Beirut. En Marruecos Abdessalam Yasin es pedagogo y fue hasta su detención un funcionario del Ministerio de Educación.

Las masas que siguen a estos islamistas no son principalmente tradicionales o “tradicionalistas”, por el contrario, viven en los valores de la realidad moderna, del consumo y el ascenso social, y son principalmente urbanas, como lo ha mostrado el voto islamista en las elecciones. Parte de ellos provienen de las franjas de población más marginales víctimas del desarrollo desigual y del subproletariado de los extrarradios urbanos, entre los que cala el mensaje igualitarista del islamismo y su eficaz labor social paraestatal en los barrios más desprotegidos. Sin embargo, es un error ver al islamismo como la ideología de los desheredados porque la clave de interpretación del islamismo no es económica sino principalmente política y relacionada con la identidad. De ahí que el seguimiento islamista no se concentre en una clase social determinada sino que traspasa a todos los grupos de la sociedad. Por ejemplo, los Hermanos Musulmanes en Egipto están muy presentes en la escala social de profesionales como abogados, médicos, ingenieros.

La movilización islamista reformista volverá a alcanzar una gran expansión en la década de los años ochenta, debido no sólo a la influencia moral del triunfo de la revolución iraní, o al declive progresivo del modelo socialista panarabista, o a las facilidades coyunturales que ciertos gobiernos les ofrecieron en los años setenta como estrategia para debilitar a su oposición por la izquierda, sino también, y fundamentalmente, porque son sentidos como una nueva élite para llevar a cabo el programa que los regímenes poscoloniales prometieron cumplir y que desde los ochenta se ha definitivamente comprobado que no han sido capaces de hacerlo.

Los gobiernos poscoloniales, cuyas élites se prolongan hasta la actualidad, han creado ellos mismos las condiciones de su actual difícil situación. No han sido capaces de crear factores de legitimidad democrática en tanto que no han logrado presentar éxitos en las cuestiones por ellos mismos proclamadas como sustantivas: la liberación de Palestina, la unidad panárabe, la participación política, la prosperidad económica. Por el contrario, para defenderse de su oposición interna y conseguir su supervivencia en el poder han tenido que recurrir cada vez más a la represión y a los apoyos exteriores.

Por tanto, el interés y debate públicos en mundo árabe y musulmán gira mucho en torno a la moralización del orden político y socioeconómico, consecuencia de la corrupción, la arbitrariedad jurídica y la marginación que el Estado ha generado. La Ley y el Orden están erosionados y desacreditados y existe una fuerte demanda social de nuevos representantes políticos capaces de regenerar la situación existente.

Pero ¿por qué son los islamistas los principales beneficiarios del desgaste de los regímenes en tanto que lo son menos los partidos de izquierda o los sectores laicos? Probablemente la respuesta esté tanto en que éstos últimos están asociados a un sistema de valores socialista árabe que por sus fracasos acumulados es percibido como caduco, como en que una vez constatadas las frustraciones en los ámbitos de la independencia política y económica, se manifiesta hoy día con fuerza aquel otro ámbito que fue el más ignorado por las élites nacionalistas que construyeron el Estado: el de la identidad e independencia cultural, que en el mundo musulmán van indisociablemente unidos al marco islámico. Dicho de otro modo, el islamismo en términos sociológicos responde a la necesidad que existe entre buena parte de las poblaciones musulmanas de construir desde su propia cultura e identidad un nuevo orden moderno y democrático.

En términos de acción política, la evolución de esta tercera generación islamista pone de manifiesto tanto su anclaje en el marco territorial del Estado-nación (frente a las visiones panislámicas) como un proceso de maduración política, basada en el pragmatismo, que lejos de aferrarlos en el conservadurismo socio-cultural los ha impulsado a favor de la cultura del consenso con otros proyectos sociopolíticos distintos del islámico (en el marco del pluralismo político, de las elecciones, del gobierno). Significativos ejemplos de ello han sido la Plataforma de Roma de 1995 constituida conjuntamente por partidos de izquierda, movimiento de derechos humanos e islamistas buscando una solución política democrática para Argelia; o la plataforma reivindicando la democratización de la vida política egipcia elaborada por líderes tanto islamistas como de las demás fuerzas de oposición en 1999; o más recientemente la propuesta conjunta a favor de la democratización en Túnez firmada por el partido socialdemócrata (MDS) y el islamista al-Nahda. Así mismo, la formación del partido al-Wassat en Egipto por líderes islamistas y cristianos coptos viene también a mostrar que el problema no es la divisoria entre islamistas y no islamistas sino la lucha por la democracia frente a la dictadura y en cuyo campo pueden estar ambos.

La aceptación del pluripartidismo y del reparto del poder, así como el reforzamiento de sus posiciones participativas en las instituciones del Estado, manifestada por partidos como al-Nahda de Túnez, el FIS de Argelia o los Hermanos Musulmanes de Egipto, y corroborada por la participación parlamentaria de los Hermanos Musulmanes en Jordania, de Hezbollah en Líbano y recientemente del Partido por la Democracia y la Justicia (PDJ) en Marruecos, aproximan a los islamistas reformistas a la cultura democrática y muestran su participación legalista y adecuación al pluralismo, en tanto que las políticas gubernamentales autoritarias partidarias de su exclusión (como en Túnez, Argelia y en muy buena medida Egipto) van ligadas a las experiencias más dictatoriales.

Estos partidos islamistas reformistas deben ser entendidos como actores políticos llamados a participar junto con los otros partidos en el proceso de transición democrática. Su adaptación al gobierno representativo ya se ha constatado y su conservadurismo social o su referencia a la fe, si dejamos de entender de manera "excepcional" lo que procede del islam y no del cristianismo, nos daríamos cuenta de que no son muy lejanos a la órbita de los partidos de derechas y democristianos existentes en todo el mundo occidental. Algunos dirán, sí, pero estos partidos no defienden un estatuto distinto para hombres y mujeres. Pensando esto, primero les traicionará la memoria porque deberían tener en cuenta lo que los hombres de esos partidos realmente pensaban al respecto antes de la democracia y el cambio social, es decir el momento en que se encuentra el mundo musulmán hoy día. Y segundo porque no son los islamistas los representantes exclusivos de esta posición, sino que, como sociedades aún muy patriarcales, son muchos los que piensan así. La prueba está en que son los Estados con sus ulemas quienes mantienen la desigualdad jurídica entre hombres y mujeres y defienden a ultranza el modelo patriarcal con todas sus consecuencias. Desde el islamismo, por el contrario, la situación es más dinámica y en proceso de transformación por los cambios que van introduciendo las mujeres islamistas en el seno del movimiento.  Estos partidos han integrado la participación activa de las mujeres (más que los partidos tradicionales, incluidos los de izquierda), al igual que su presencia en el espacio público en todos los niveles laborales y profesionales. Esas mujeres están rompiendo con su marginación social pública, como defienden los tradicionalistas que sólo consideran el ámbito doméstico como su espacio natural. Acceder al espacio público, percibirse como iguales a los hombres, asumir su doble tarea pública y doméstica y afirmar su individualidad son comportamientos que se han hecho realidad entre las mujeres islamistas, como muestran la observación sobre el terreno y las encuestas realizadas. Y están imponiendo esta realidad a los hombres islamistas. Estas mujeres, en su mayoría jóvenes, cultas y urbanas, se colocan el pañuelo en la cabeza (hiyab) voluntariamente y para ellas lejos de ser un símbolo de opresión es un emblema de identidad. Todo ello manifiesta el proceso de transformación en curso, que no avanzará de manera definitiva si no se acompaña de democratización y cambio social, como ha ocurrido en nuestras sociedades, hasta hace muy poco igualmente patriarcales y jurídicamente desiguales.

En conclusión, no sólo no se puede meter en el mismo saco a los islamistas extremistas con los reformistas (todos los partidos reformistas han denunciado los atentados contra EEUU), sino que la marginación o represión de estos últimos favorece a los primeros. En momentos de tanta tensión y riesgos como el actual pueden desempeñar un papel intermediario moderador de unas sociedades excitadas y llenas de hartazgo por las dictaduras y la marginación socio-económica a las que están sometidas. Y esas dictaduras sobreviven gracias a un recurso intensivo a la represión, a manipular el miedo al "fundamentalismo islámico", y al apoyo incondicional que reciben de Europa y los EEUU.

La manipulación del "fundamentalismo islámico"

El confuso término de “fundamentalismo islámico" está también desempeñando una función de cohartada y repelente al servicio de los gobiernos más totalitarios árabes para justificar su autocratismo y lograr su superviviencia política. El hecho de que los partidos islamistas representen una importante oposición política es una de las claves de explicación de porqué se han convertido en “la bestia negra” de estos regímenes (razón estrictamente política y ajena a cualquier otra consideración de conservadurismo islámico dado que dicho conservadurismo está mucho más representado por los ulemas vinculados a los gobernantes).

El problema radica en que la visión dominante que Occidente tiene de los islamistas no distingue entre islamistas reformistas (mayoritarios), tradicionalistas alimentados por los propios gobiernos e islamistas radicales (minoritarios, mediáticamente sobrevalorados e incluso manipulados por las propias fuerzas de seguridad de los Estados que sacan de sus violentas acciones la mejor vía para mostrar al mundo la perversión del “fundamentalismo islámico”, hacer la amalgama con los reformistas, y así perseguirlos como si fueran terroristas). Gracias a esa amalgama, los gobiernos autocráticos han logrado ganarse la imagen del “buen déspota”, basada en la convicción de que la transición democrática es relegable en el Mundo musulmán a favor de un fin primero que es “salvarse” del “fundamentalismo islámico” (el golpe de Estado militar en Argelia en 1992 forjó a fuego esta errónea percepción), y en la consideración de que el autoritarismo reinante en la zona es un “mal menor”, cuando de hecho en muchas ocasiones la lucha contra el llamado "fundamentalismo islámico" esconde una brutal represión contra los islamistas reformistas, ha dejado las manos libres a los gobiernos para perseguir con una legislación "antiterrorista" arbitraria y al margen del estado de derecho toda oposición, islamista y no islamista, y les sirve de pretexto ante Occidente para bloquear la reforma democrática y perpetuarse en el poder.

Occidente, al compartir la amalgama sobre el "fundamentalismo islámico" con estos líderes políticos árabes, ha asumido sus intereses estratégicos y les ha dado un apoyo sustancial para mantenerse ilegítimamente en el poder, sin prestar atención al enorme cisma que les separa de sus sociedades. Por ello, cuando los EEUU han necesitado que la mayor parte del liderazgo político del mundo musulmán cerrase filas en la coalición promovida por ellos, los Estados árabes y musulmanes se han encontrado entre la espada y la pared. El sentir profundo de todos aquellos que son aliados de los EEUU es formar parte de esa coalición, dada la dependencia económica y política que tienen de éstos para su supervivencia, y también porque algunos esperan sacar partido de esa lucha contra el terrorismo para encontrar apoyos en su particular lucha contra la oposición islamista reformista jugando una vez más con la amalgama. Pero, frente a esto, no pueden meter más presión a sus poblaciones ni utilizar aún más represión contra ellas para hacerlas asumir el ataque contra Afganistán y la presencia norteamericana en la zona controlando todo el proceso de decisión, cuando el malestar general está poniendo al límite el precario statu quo reinante en la zona.

La verdadera cuestión radica en que Occidente conozca quienes son y qué están haciendo los islamistas, teniendo en cuenta un sustrato humano que es diversificado y cambiante, a fin de evitar que sea el radical –que desde luego existe- el que acabe imponiéndose sobre un sector más cultivado y abierto que Occidente no quiere aceptar que también existe. De la amalgama entre extremistas y reformistas –que no cesan de promover los regímenes establecidos en su beneficio- son los primeros los que salen reforzados, pero reconocer la diferencia entre ellos implica aceptar a los segundos. Y más aún cuando su participación es ineludible en cualquier proceso de alternancia democrática en el mundo musulmán.

La construcción del "fundamentalismo islámico" en Occidente

El término de "fundamentalismo islámico" se popularizó en Occidente a raíz de la revolución islámica de Irán. El radicalismo revolucionario de los seguidores de Jomeini y los clichés resumidos en la omnipresente foto de mujeres en chador negro atravesando las calles de Teherán dominaron la representación de un proceso político que era mucho más complejo pero que la poderosa propaganda norteamericana simplificó, centrando toda la información en los aspectos más negativos e intolerantes a fin de aislar y castigar a un país que no sólo dejó de poder tutelar, como había hecho durante la dictadura del Shah, sino del que salió derrotado. Todo se centró desde entonces en la amenaza del "fundamentalismo islámico" y en la expansión de la idea de que se construía una internacional fundamentalista desde Irán, cuando hoy sabemos que el radicalismo internacionalizado es el que ha salido de la guerra de Afganistán bajo el cobijo norteamericano durante la guerra fría.

Por el contrario, en Irán junto con los abusos de poder y el autoritarismo se dieron otros factores que han permitido una transformación del sistema desde una línea continuista que aspira a liberalizarlo y democratizarlo, en tanto que esa situación es completamente inexistente en otros países de la zona como Arabia Saudí, quien, sin embargo, nunca ha estado sometida a una campaña de demonización como Irán por la protección del aliado norteamericano. Así se da la paradoja de que el país donde se ha desarrollado una clase política plural, donde se celebran elecciones libres y pluralistas, donde se elige al presidente de la República por sufragio universal directo, donde ese presidente no puede repetir más de dos mandatos, donde las mujeres se han impuesto en el espacio público, han afirmado su presencia en la sociedad, inundan el mercado de trabajo y son muy activas políticamente, está sometido a sanciones e identificado como una amenaza para la región según los estrategas de la política exterior norteamericana, en total connivencia con Israel. En lugar de apoyar esa reforma con un importante germen democratizador, ayudando a sacar de la crisis económica a ese país y rehabilitándole internacionalmente a fin de minar a los sectores reaccionarios que siguen controlando los resortes del poder, se apoya a esos otros regímenes vecinos, desde Pakistán y Arabia Saudí a Egipto, Túnez y Argelia, donde la evolución es exactamente la contraria: refuerzo del autoritarismo, represión intensiva, fraude electoral, menosprecio del estado de derecho, ausencia de cualquier alternancia en el poder.

Desde Irán no surgió ninguna internacional islamista radical. Irán ha apoyado fundamentalmente al Hezbollah libanés con quien le une una identidad común shií y un objetivo común, que es luchar contra la ocupación israelí del Líbano. Lo que la ley internacional ha sido incapaz de imponer, esto es, impedir y poner fin a la ocupación militar del sur del Líbano por Israel desde 1978, lo han tenido que realizar en solitario fuerzas políticas locales. La propaganda israelí, contando con la difusión e influencia mediáticas norteamericanas, ha catalogado a su infatigable enemigo libanés de "terrorista", pero esta es una denominación sobre Hezbollah que, con razón, todo el mundo musulmán rechaza. Hezbollah ha sido el movimiento que ha llevado a cabo la resistencia armada contra el ejército israelí en el sur del Líbano, lo que logró en junio del 2000. Sus acciones se han remitido a este ámbito y se han desarrollado en el marco de una guerra militar contra Israel sobre el territorio ocupado sin recurrir a ataques terroristas contra la población civil israelí. Las muertes de este enfrentamiento han sido por parte israelí principalmente militares, cosa que no ha sido así por parte libanesa porque los bombardeos israelíes sobre el Líbano han causado multitud de muertos civiles, no hay más que recordar el caso de Qena en 1996 donde murieron más de 300 civiles libaneses al disparar el ejército israelí un misil contra un centro de la Media Luna Roja. Cuando el entonces secretario general de la ONU, Butrus Ghali, desveló que no había sido fruto de un error sino una acción intencionada, perdió el apoyo americano y no logró su reelección. La resistencia de Hezbollah en el sur del Líbano le ha valido siempre un enorme reconocimiento de toda la ciudadanía libanesa y en la política interior es un partido islamista reformista que participa en las elecciones y cuenta con diputados en el Parlamento. Es más, es uno de los partidos islamistas mas modernizadores dentro de la interpretación islámica. Esto sería muy fácil de constatar si se conociese su ideario y su base ideológica, pero traducir y publicar el pensamiento islamista en Occidente es algo muy poco frecuente, incluso en medios académicos.

El segundo momento en la construcción de ese imaginario occidental sobre el "fundamentalismo islámico" fue el asesinato del presidente egipcio, Anwar al- Sadat, de la mano del Yihad egipcio en 1981. Fue el punto de arranque de la amalgama intencionada entre reformistas y extremistas porque ambos compartían la posición en contra del acuerdo de paz unilateral entre Egipto e Israel, conocido como Camp David, y construido en contra de los intereses y derechos palestinos; si bien unos lo denunciaban dentro del marco político y legal movilizando a la sociedad y los otros recurriendo a la violencia. Esto iba en contra de los intereses de EEUU e Israel, y más aún cuando se constataba que Arabia Saudí perdía la capacidad de control de los islamistas reformistas porque lo que pensaron que serían movimientos de predicación islámica apolíticos financiados por los saudíes para contrarrestar a la izquierda próxima a los soviéticos, eran partidos con autonomía política que se desmarcaban de la tutela arábiga. De ahí que exista toda una propaganda hasta hoy día utilizada en los medios de comunicación adjudicando falsamente a los Hermanos Musulmanes egipcios el asesinato de Sadat y presentándoles como un grupo violento temible, cuando no sólo no recurren a ella sino que condenan la violencia de los extremistas, desde el Yihad a las Gama`t.

Sin embargo, curiosamente, por esos tiempos los combatientes islámicos en Afganistán no sólo se salvaban de la demonización sino que se les ponía el calificativo de defensores de la libertad. La película de Rambo III es un magnífico ejemplo de esta propaganda.

El tercer momento definitivo que ha reforzado la amalgama y el fantasma del "fundamentalismo islámico" ha sido la manera en que se ha presentado la situación en Argelia desde el golpe de Estado de 1992. Bajo el emblema de la lucha común contra el "fundamentalismo islámico", se usurpaba a los ciudadanos argelinos una experiencia electoral democrática y se les sumergía en una cruenta guerra civil que ha acabado convirtiéndose en una guerra sucia liderada por la junta militar del país. Desde enero de 1992 Argelia está inmersa en un proceso de desintegración social, económica y política provocado por un régimen militar “depredador” que ha encontrado en “la amenaza del fundamentalismo islámico” el alibí que le permite gozar de una total impunidad ante la complacencia de la comunidad occidental. La lucha de los militares argelinos contra el partido islamista reformista del FIS (Frente Islámico de Salvación) no procede de la incompatibilidad ideológica o política sino del objetivo de los primeros de destruir a quienes movilizaron a la población poniendo en peligro su monopolio del poder y sus privilegios para acumular inmensas fortunas (que principalmente son las comisiones por las exportaciones de gas y petróleo y por las importaciones de bienes de consumo, lo que representa miles de millones de dólares anuales y la complicidad de intereses occidentales). Pero metiéndolos en la amalgama del "fundamentalismo islámico" se les ha devaluado y convertido en el enemigo común.

La instrumentalización del GIA en este marco ha sido determinante. Cuando en enero de 1992 la opción militarista se impuso sobre la electoral y el FIS y sus seguidores fueron eliminados o encerrados en campos de concentración en le Sur del país, se constituyeron los primeros “maquis” islamistas y una enorme reacción popular se manifestó apoyando materialmente a esos milicianos y a las familias de los prisioneros. En las periferias de Argel numerosos jóvenes se integraron en el maquis o constituyeron grupos locales propios, algunos por convicción, otros fascinados por la lucha armada  (fruto de la mitología de la guerra de liberación) y otros para huir de la salvaje represión de las “fuerzas especiales” que en 1993 se dedicaron a devastar y aplastar a los barrios y zonas de simpatizantes del FIS con el fin de aterrorizar y destruir cualquier lazo entre una población hostil al poder y los islamistas. Las operaciones del ejército contra los grupos armados islamistas vinculados al FIS incluyeron bombardeos con napalm, como se constató en la región de Meftah en 1994.

            En 1993 el Ejército Islámico de Salvación se constituyó como rama armada del FIS, implantada sobre todo en el Este y Oeste del país y manteniendo una estrategia militar que nunca ha integrado objetivos civiles y que siempre ha condenado las matanzas y asesinatos contra civiles y extranjeros firmados por el GIA. Desde 1992 se empezó a oír hablar de las Yama`at islamiyya musallaha (Grupos islámicos armados -GIA), constelación de grupúsculos informales de composición muy variada donde los “afganos” (esos veteranos de la guerra de Afganistán) son legión. La Seguridad militar desde ese año se dedicó también a crear una “contra-guerrilla” que, tanto simulando ser islamistas como filtrando y utilizando parte de esos grupos islámicos armados, convertirán las siglas del GIA en el instrumento y firma de sus “operaciones especiales”, logrando así dos importantes objetivos: que el FIS y el EIS no pudiesen implantarse en el Gran Argel a pesar de ser una región de base social favorable a éstos, hacer del FIS y del GIA la misma cosa, y mostrar a la comunidad internacional que solo se trataba de la misma “barbarie islamista” capaz de todos lo horrores. Por tanto, más valía que les apoyasen a ellos a pesar de su corrupción y autoritarismo. Así se alimentará una “guerra psicológica” contra el FIS que le aislará e imposibilitará para encontrar apoyos internacionales.

Con ello, se construía una realidad maniquea que ocultaba la diversidad de los actores islamistas en el conflicto (y las enormes diferencias que existen entre el manipulado GIA y el FIS, el cual no ha dejado de ofrecer vías de diálogo para encontrar una salida política al conflicto) y, por otra, permitía elaborar justificaciones al autoritarismo creciente del régimen e ignorar su responsabilidad en el origen y extensión de la violencia que sacude al país. Dicha responsabilidad está siendo particularmente difícil de sacar a la luz porque la interpretación del drama argelino como la de un régimen militar agredido por unos integristas primarios sedientos de sangre -esos “locos de Dios”- aunque no es más que una escandalosa simplificación y manipulación ha sido fácilmente extendida y aceptada por un imaginario occidental que cuando media la denominación “islámica” tiende a dejar de buscar explicaciones más racionales y reconfortar su imaginario culturalista. Y porque los sectores erradicadores, aliados del poder militar, han sido mucho más escuchados en Occidente que los actores políticos democráticos argelinos[1][1].

Este sector erradicador (designación asumida por ellos mismos, por su defensa radical de la aniquilación política y física de todo tipo de islamista) ha desempeñado un importante papel en la estrategia de desinformación sobre la guerra argelina porque son una fuente a la que los medios de comunicación europeos, y sobre todo franceses, han recurrido con frecuencia, a pesar de no representar más que a una minúscula minoría en su país, eso sí fiel aliada de los militares. Ellos han sido la correa de transmisión de la amalgama del "fundamentalismo islámico" como amenaza común y causa única del conflicto en Argelia. Su aparente crítica al gobierno, pero nunca a la junta militar, y su manipulación del lenguaje del laicismo y de la democracia les ha hecho aparecer en Europa como los “demócratas” argelinos, en tanto que los actores más próximos a las verdaderas posiciones democráticas, defensores de la reconciliación política entre todos los argelinos y que representan a la “Argelia real” (como los socialistas del FFS, las organizaciones de defensa de los derechos humanos, y el propio FIS) han sido siempre muchísimo menos numerosos en nuestros medios de comunicación. Su discurso nos hacía pensar y nos obligaba a dudar.

Estos erradicadores tan escuchados fuera de Argelia han sido unos socios inestimables de la guerra sucia del régimen militar argelino porque de nuevo han instrumentalizado nuestro universo mental y nuestros símbolos. Desde el momento en que con fines exclusivamente propagandísticos se han declarado laicos (aunque son los principales socios de un régimen que ha situado la religión en el centro del sistema político y social del país desde 1962), feministas (aunque su lucha contra los islamistas les ha llevado a sacrificar la oposición contra un régimen rígidamente patriarcal y único responsable de la institucionalización a todos los niveles de la discriminación entre hombres y mujeres) y defensores del orden republicano (cuando ningún otro actor político argelino pone en duda dicho orden), sus tesis han sido mayoritariamente aceptadas como las verdaderas en nuestro mundo occidental. Todo esto nos muestra que nuestras aplastantes certezas culturales occidentales lo que nos hacen, en realidad, es ser muy vulnerables a la manipulación.

Lamentablemente la manipulación del "fundamentalismo islámico", tan rentable para el régimen argelino, se convirtió también en ejemplo para regímenes como el tunecino y el egipcio que, haciendo causa común con el argelino, lo están utilizando de la misma manera para justificar con la complacencia de sus aliados occidentales draconianas leyes anti-terroristas que aplican a su gusto y conveniencia contra las oposiciones democráticas, islamistas y no islamistas, y los defensores de los derechos humanos que no dejan de denunciar esta situación. Incluso presionan a esos gobiernos europeos amigos para que los que se han podido exiliar en su suelo pierdan sus derechos y sean extraditados.Y desde luego, si no se ataja esta manipulación, es un instrumento igualmente disponible para cualquier otro régimen del lugar.

Finalmente, no se puede dejar de mencionar el papel de Israel en la demonización y creación de amalgamas en torno al "fundamentalismo islámico", contando con su enorme influencia en los medios de comunicación norteamericanos. En la extensión en Occidente de todo lo dicho más arriba han contribuido de manera decisiva por esa vía. Por otro lado, los intereses estratégicos israelíes siempre han estado al servicio de la satanización de sus oponentes políticos palestinos ante Occidente y han hecho un uso unilateral de la categorización de terroristas, imponiendo su aceptación universal. Es enormemente ilustrativo conocer cual era la opinión sobre el uso del terrorismo por parte de los exprimer ministros israelíes Menahen Beguin e Isaac Shamir cuando lideraban los movimientos terroristas judíos de Irgun y Stern respectivamente, durante el Mandato británico. Los ataques terroristas contra funcionarios británicos, como los cientos que murieron en la voladura del hotel King David en 1946, o contra el mediador de la ONU, el conde Folke Bernadotte, y las matanzas contra civiles palestinos, como la de Der Yassin en 1948, Shamir los consideraba un imperativo moral: "ni la ética judía, ni la tradición judía, pueden descalificar el terrorismo como medio de combate (...) ante todo el terrorismo forma parte de la batalla política que llevamos a cabo y desempeña un importante papel.... en nuestra guerra contra el ocupante"[2][2]. Es exactamente la misma argumentación de Hamas. Con el agravante de que los británicos nunca respondieron con castigos colectivos, asesinatos, deportaciones y un largo etc. que sí caracteriza la acción israelí en los territorios ocupados, reforzando con ello aún más el recurso desesperado al terrorismo entre sectores palestinos. Todo esto es para decir que el terrorismo que pone en práctica Hamas encuentra su perfecta réplica en el terrorismo judío de los años cuarenta, y hoy día en el terrorismo de Estado que practica Israel contra los palestinos en los territorios ocupados. Ambos se retroalimentan y ambos deben ser denunciados conjuntamente, sino quedará desprovista de todo valor moral y ético la denuncia de una sola de las partes, que es lo que se ha hecho hasta la actualidad. Y desde luego, las acciones de Hamas deben ser entendidas en este marco específico, fuera de toda relación con esas tramas procedentes de Ben Laden. El líder de Hamas, Shayj Yassin decía claramente, garantizando su total desvinculación con el atentado contra EEUU: "nosotros en Hamas, tenemos nuestra batalla en la tierra palestina y no vamos a desviarla de los territorios ocupados". Por el contrario, Ariel Sharon está tratando de aprovecharse de los atentados contra Nueva York y Washington, calificando a Arafat de Ben Laden e igualando el terrorismo padecido por los EEUU con los ataques palestinos contra Israel, para lograr carta blanca en su aniquilación de los legítimos habitantes de Cisjordania y Gaza. La violenta ofensiva que lanzó contra los territorios palestinos al día siguiente del atentado contra los EEUU y los asesinatos extrajudiciales contra líderes de Hamas de los últimos días, lo ponen sobradamente de manifiesto.

Los riesgos del futuro

Si no se desmonta la amalgama y no se identifica quienes son unos y otros, la lucha contra el terrorismo corre el riesgo de convertirse en una peligrosa "caza de brujas" al servicio de los intereses espúreos de muchos Estados en la zona, aliados y protegidos por Europa y los EEUU. Estos países han hecho una utilización tramposa del terrorismo ante el silencio cómplice occidental y, al igual que Israel ha visto en esta batalla internacional contra el terrorismo la oportunista posibilidad de beneficiarse de ello para demonizar y arrasar los derechos individuales y nacionales de los palestinos, otros Estados como Egipto, Túnez o Argelia ya han hecho declaraciones diciendo más o menos "ahora entenderéis nuestra lucha contra el "fundamentalismo islámico", tratando de la misma manera igualar su represión indiscriminada -y sin lugar a dudas culpable de la radicalización de algunos de los movimientos islamistas locales o de la emergencia de turbios grupos radicales que no se sabe bien al servicio de quien están-, con la caza de los verdaderos terroristas. Por un lado, la solución política y democrática de conflictos enmarcados en Estados concretos, como en el caso de Argelia, es lo que debilitará y hará policialmente más eficaz la lucha contra los grupos verdaderamente extremistas que actúan en ese marco nacional de enfrentamiento civil. Y con respecto a la lucha contra ese nuevo terrorismo extraterritorial que parece ha inaugurado Ben Laden ¿Cómo se va a cooperar con esos Estados en la lucha antiterrorista? ¿con que fiabilidad se va a contar con su interpretación de lo que es terrorismo y terroristas? ¿No se corre el riesgo de generar más injusticia, rencor y desamparo en las poblaciones de esos países? ¿Con qué legitimidad vamos a presentarles a esas sociedades castigadas y expuestas a la impunidad esta carrera contra el terrorismo para que se unan a ella, si no es contribuyendo a dignificar sus existencias y mostrando que se hace desde el Estado de derecho y no desde definiciones unilaterales e interesadas al servicio de intereses estratégicos muy concretos de los que son ellas las principales víctimas? 

Esta es, a mi manera de ver, la clave para legitimar la lucha contra el terrorismo y evitar que se fructifique y extienda. Exigir un marco de Estado de derecho a aquellos países que quieran participar en la coalición internacional (y desde luego, entre tanto se consigue esto, no dar carta blanca a sus acusaciones ni a sus reclamaciones contra los exiliados políticos en Europa y América), contar con pruebas irrefutables de culpabilidad, y recurrir más a tribunales internacionales que a venganzas justicieras cuyos efectos son completamente contraproducentes (cuando se conozca el alcance real del sacrificio de civiles que ha entrañado el ataque a Afganistán y cuando miles y miles de afganos empiecen a morir este invierno porque la ayuda alimentaria que necesitan para su subsistencia no les ha podido llegar antes de que las nieves les aíslen, a consecuencia de esos bombardeos, los EEUU habrán definitivamente perdido su causa ante el mundo musulmán y en beneficio de los terroristas).

Debemos ser muy conscientes de que si no se actúa invirtiendo mucho en una política democratizadora y a favor del estado de derecho en el mundo musulmán, no sólo no se estará mejorando la vida de esos ciudadanos, sino tampoco protegiendo la de los occidentales. Los problemas en esa parte del mundo han definitivamente rebasado sus fronteras geográficas y afectan a nuestras sociedades (esto los americanos lo están descubriendo por primera vez, trastocando su tradicional indiferencia por lo que ocurre en el mundo). Los ciudadanos occidentales deben saber que lo que hagan nuestros responsables políticos ahí fuera va a tener unos resultados u otros, también para todos nosotros.

 



[1][1] Finalmente la publicación en Francia de dos libros testimonio ha provocado una enorme convulsión. Nesroullah Yous, superviviente de una de las masacres que en 1997 convulsionaron al mundo, en un libro titulado Qui a tué à Bentalha? (Paris, La Découverte, 2000 y publicado en español por Ed. Bellaterra, Barcelonas, 2001), relata pormenorizadamente cómo fueron sectores del ejército argelino disfrazados de islamistas los autores de la brutal matanza. Un mes más tarde Habib Souaidia, paracaidista del ejército argelino desertado y exiliado en Francia, publicaba en la misma editorial francesa La sale guerre donde narra la espeluznante experiencia de violencia que tuvo que presenciar e incluso llevar a cabo siendo militar hasta que decidió huir de semejante barbarie desertando. Estos libros han caído como una bomba en Argel, particularmente el de Souaidia que incluye un prefacio del juez italiano anti-mafia Ferdinando Imposimato en el que se trasluce la posibilidad de acudir a tribunales internacionales.

 [1][2] Traducido de la obra de I. Sahmir, Hehazit, en Middle East Report, mayo-junio de 1988.