Publicada por primera vez, en
traducción de Max Eastman, como The History of
the Russian Revolution vols I-III, en
Londres 1932-33. Digitalizado por Julagaray en julio de 1997, para la Red Vasca Roja, con
cuyo permiso aparece aquí. Recodificado para el MIA por Juan R. Fajardo en
octubre de 1999.
[...]
Los países
atrasados se asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las naciones
avanzadas. Pero esto no significa que sigan a estas últimas servilmente,
reproduciendo todas las etapas de su pasado. La teoría de la reiteración de los
ciclos históricos -procedente de Vico y sus secuaces- se apoya en la
observación de los ciclos de las viejas culturas precapitalistas y, en parte
también, en las primeras experiencias del capitalismo. El carácter provincial y
episódico de todo el proceso hacia que, efectivamente, se repitiesen hasta
cierto punto las distintas fases de cultura en los nuevos núcleos humanos. Sin
embargo, el capitalismo implica la superación de estas condiciones. El
capitalismo prepara y, hasta cierto punto, realiza la universalidad y
permanencia en la evolución de la humanidad. Con esto se excluye ya la
posibilidad de que se repitan las formas evolutivas en las distintas naciones.
Obligado a seguir a los países avanzados, el país atrasado no se ajusta en su
desarrollo a la concatenación de las etapas sucesivas. El privilegio de los
países históricamente rezagados -que lo es realmente- está en poder asimilarse
las cosas o, mejor dicho, en obligarse a asimilárselas antes del plazo
previsto, saltando por alto toda una serie de etapas intermedias. Los salvajes
pasan de la flecha al fusil de golpe, sin recorrer la senda que separa en el
pasado esas dos armas. Los colonizadores europeos de América no tuvieron
necesidad de volver a empezar la historia por el principio. Si Alemania o los
Estados Unidos pudieron dejar atrás económicamente a Inglaterra fue,
precisamente, porque ambos países venían rezagados en la marcha del
capitalismo. Y la anarquía conservadora que hoy reina en la industria hullera
británica y en la mentalidad de MacDonald y de sus amigos es la venganza por
ese pasado en que Inglaterra se demoró más tiempo del debido empuñando el cetro
de la hegemonía capitalista. El desarrollo de una nación históricamente
atrasada hace, forzosamente, que se confundan en ella, de una manera
característica, las distintas fases del proceso histórico. Aquí el ciclo
presenta, enfocado en su totalidad, un carácter confuso, embrollado, mixto.
Claro está que la
posibilidad de pasar por alto las fases intermedias no es nunca absoluta;
hállase siempre condicionada en última instancia por la capacidad de
asimilación económica y cultural del país. Además, los países atrasados rebajan
siempre el valor de las conquistas tomadas del extranjero al asimilarlas a su
cultura más primitiva. De este modo, el proceso de asimilación cobra un
carácter contradictorio. Así por ejemplo, la introducción de los elementos de
la técnica occidental, sobre todo la militar y manufacturera, bajo Pedro I se
tradujo en la agravación del régimen servil como forma fundamental de la
organización del trabajo. El armamento y los empréstitos a la europea
-productos, indudablemente, de una cultura más elevada- determinaron el
robustecimiento del zarismo, que, a su vez, se interpuso como un obstáculo ante
el desarrollo del país.
Las leyes de la historia no
tienen nada de común con el esquematismo pedantesco. El desarrollo desigual,
que es la ley más general del proceso histórico, no se nos revela, en parte
alguna, con la evidencia y la complejidad con que la patentiza el destino de
los países atrasados. Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los
países atrasados vense obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del
desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre más
adecuado, calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la
aproximación de las distinta etapas del camino y a la confusión de distintas
fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin acudir a esta ley,
enfocada, naturalmente, en la integridad de su contenido material, sería
imposible comprender la historia de Rusia ni la de ningún otro país de avance
cultural rezagado, cualquiera que sea su grado.
Bajo la presión de Europa,
más rica, el Estado ruso absorbía una parte proporcional mucho mayor de la
riqueza nacional que los Estados occidentales, con lo cual no sólo condenaba a
las masas del pueblo a una doble miseria, sino que atentaba también contra las
bases de las clases pudientes. Pero, al propio tiempo, necesitado del apoyo de
estas últimas, forzaba y reglamentaba su formación. Resultado de esto era que
las clases privilegiadas, que se habían ido burocratizando, no pudiesen llegar
a desarrollarse nunca en toda su pujanza, razón por la cual el Estado iba
acercándose cada vez más al despotismo asiático.