¿"DESGLOBALIZACIÓN"?
SÍ, PERO…
por Patrick
Bond*
Mi
lugar favorito, Zimbabwe, es el deleite de agresivos comentaristas burgueses,
uno de los cuales escribió hace un mes lo siguiente sobre la desintegración de
ese país en el semanario Economist (30 de noviembre de 2002):
"Se
está llevando a cabo en Zimbabwe un interesante experimento en la economía.
Para los enemigos de la globalización, los puntos de vista del presidente
Robert Mugabe no tienen nada de extraordinario. Mugabe sostiene que las
'fuerzas desenfrenadas del mercado' están encabezando un 'ataque frontal y
salvaje contra los pobres'. Condena la tendencia actual de 'eliminar al Estado
del ámbito público para beneficiar al gran capital'. Sin embargo, lo que le
diferencia de otros anti-globalizadores es que él ha sido capaz de poner sus
ideas en práctica".
Grrrr. El Economist
pretende hacerle creer a los lectores que Mugabe es un anticapitalista
desglobalizador, y que la desintegración en curso –asociada a su presunto
rechazo del mercado—es la consecuencia inevitable de las políticas que
defendemos en nuestro movimiento. La realidad es muy diferente, tal y como
pueden testificar muchos activistas y estudiantes de izquierda en Harare y
Bulawayo, sometidos a la brutalidad oficial proto-fascista durante mas de una
década.
Tal vez el
antídoto más novedoso contra la lógica del Economist sea el nuevo libro
de Walden Bello: "Deglobalization: Ideas for a New World Economy"
(Desglobalización: Ideas para una nueva economía mundial). Acabo de añadirlo
este año a la lista de lecturas obligatorias para mi seminario principal de
maestría en economía política en la Universidad de Wits. El libro de Bello es
parte de la buena serie de la editorial Zed Press denominada Global
Issues (Temas Globales). Consta de 132 páginas de fácil lectura y se
complementa con otro libro suyo más reciente, "The Future in the
Balance" (El futuro en la cuerda floja), una colección de 20
elocuentes ensayos publicados en 2001 por Food First, la ONG combativa
que Bello dirigió tiempo atrás en San Francisco, EE.UU.
Probablemente
Bello no necesite presentación; su agotadora agenda incluye: la participación
en prácticamente todos los enfrentamientos contra las estructuras del poder
mundial; una cátedra en la universidad de Filipinas; la dirección de un partido
político filipino de izquierda; y, lo más importante desde el punto de vista
del anticapitalismo internacional, la dirección de Focus on the Global
South, un centro de investigaciones estratégicas de los movimientos
populares, con sede en la Universidad de Chulalongkorn en Bangkok, Tailandia (http://www.focusweb.org).
Humilde y
gracioso, con un Doctorado en Sociología de la Universidad de Princeton, Bello
tiene una larga historia de activismo y movilización social. Hace seis meses la
revista New Left Review publicó una interesante entrevista que explora
su trayectoria política, incluyendo una importante ruptura con el partido
comunista de Filipinas (http://www.newleftreview.net/NLR25004.shtml).
¿Cuáles son
los principales argumentos para la desglobalización? El libro comienza
sosteniendo rigurosa y persuasivamente que el sistema mundial predominante es
insostenible, por diversos motivos sintetizados en los principales subtítulos
del primer capítulo: multilateralismo en retirada; la crisis del sistema
neoliberal; la empresa de sociedad anónima, cuestionada; la degeneración de la
democracia liberal; el fantasma de la deflación global; el auge del movimiento
(anticapitalista); el 11 de septiembre; y "el imperio se excede
demasiado". Bello termina este capítulo introductorio insinuando que
"las respuestas progresistas están uniéndose al abrigo del proceso de
Porto Alegre", aunque aquí el razonamiento se torna penosamente impreciso,
especialmente si se lo compara con las tradiciones previas de anticapitalismo.
Analíticamente,
Bello está influenciado por Robert Brenner y sus dos estudios marxistas más
importantes sobre la competencia intercapitalista, la sobre-capacidad sistémica
resultante y la rentabilidad decreciente, uno de ellos publicado como "The
Economics of Global Turbulence" (La economía de la turbulencia
mundial) en la edición de mayo/junio de 1998 del New Left Review, y el
otro como "The Boom and the Bubble" (De prosperidad repentina
y economías infladas), publicado por la editorial Verso el año pasado. Pero
Bello no atina a fundamentar más vigorosamente su anticapitalismo, mas allá de
evasivas señales y palabras clave.
Por otra
parte, el punto fuerte de Bello es la lucidez de su crítica fundamentalmente
institucional. Aunque el segundo capítulo examina el anti-imperialismo a medias
de los gobernantes del tercer mundo durante los años '70 y la posterior
reacción de la derecha, que dejó a la mayoría de los líderes del Sur como meros
lacayos de Washington, se trata de un abordaje periodístico. Yo esperaba algo
que se aproximase más a la claridad teórica que hace tan gratificante la
lectura de un libro como el "The New Imperialism" (El nuevo
imperialismo) de Robert Biel, publicado por la editorial Zed en 2000.
El tercer
capítulo de Bello aporta al análisis del Banco Mundial, el FMI y la
Organización Mundial del Comercio (OMC). El cuarto muestra como estas
organizaciones –y el capitalismo mundial en general—sufrieron una importante
crisis de legitimidad a finales de los años '90. Bello echa por tierra tanto
los "malabares reformistas" (capítulo cinco) como las principales
propuestas burguesas de reestructuración futura del gobierno económico mundial,
formuladas por comentaristas de toda índole, desde las Naciones Unidas hasta la
Comisión Meltzer, desde los predicadores de la resurrección de las
instituciones del sistema de Bretton Woods hasta George Soros, condenado
recientemente por traficar información confidencial (capítulo seis).
Después
viene "The alternative: Deglobalization" (La alternativa:
Desglobalización) en el capítulo siete. Aunque el libro es corto, es una pena
que las opciones estratégicas concretas para el movimiento anticapitalista sólo
ocupen once páginas, ya que son materia digna de ampliación. Cuando Bello
comenta –"No hablo de renunciar a la economía internacional sino de
reorientar nuestras economías de producción hacia el mercado local en lugar que
a la exportación"– uno recuerda el modo en que Samir Amin describió su
propia concepción de la desglobalización hace más de una década:
"Desvinculación no es sinónimo de autarquía, sino de subordinación de las
relaciones exteriores a la lógica del desarrollo interno… Desvinculación implica
un contenido "popular", anticapitalista en el sentido de estar en
conflicto con el capitalismo dominante, pero impregnado al mismo tiempo de
múltiples intereses divergentes".
Pero esto
impone preguntarse cómo conceptualizar el problema: como uno de tendencias
profundamente arraigadas hacia la mercantilización de todo, bajo relaciones de
producción capitalistas; o simplemente, como si se tratase de globalizadores
perniciosos e instituciones hostiles excesivamente poderosas. En efecto, la
concepción de desglobalización menos convincente posible es la propuesta por
Bello en el Foro Social Mundial de 2002, donde planteaba, como una opción, que
tratemos de reducir las instituciones neoliberales existentes a "apenas
otra serie de entidades que conviven y son controladas por otros organismos
internacionales, acuerdos y agrupaciones regionales. Esto incluiría diversidad
de entidades e instituciones como la UNCTAD (Conferencia de la ONU sobre
Comercio y Desarrollo), los acuerdos ambientales multilaterales, la OIT, la UE
y bloques comerciales en evolución tales como el Mercosur en Latinoamérica, el
SAARC en el sur de Asia, el SADC en el sur del África y la reactivada ANSA en
el sudeste asiático. Los objetivos prioritarios del Sur y de las iniciativas de
la sociedad civil para construir un nuevo sistema de gobierno de la economía
mundial deberían ser: más espacio, más flexibilidad y más concesiones
recíprocas".
Cualquier
persona comprometida en conflictos locales en los que intervengan esas
instituciones, sabe que ellas son parte del problema y no de la solución –por
lo menos en la forma como están constituidas actualmente. Por eso, Bello ha
sido criticado enérgicamente desde la izquierda (por ejemplo, por Alex
Callinicos, Victor Wallis y Ray Kiely), y con buena razón, en vista de algunos
de los 'deslices'de Bello, pasados y actuales:
Estos
pueden ser puntos rebuscados, anticuados y en buena medida semánticos. (En lo
que hace a la política de alianzas, por ejemplo, Bello y Anuradha Mittal,
coautora de un capítulo de "The Future in the Balance", atacan
a la AFL-CIO [sindicalismo amarillo estadounidense] y a algunos ambientalistas
por su "pacto faustiano" con la derecha xenófoba cuando en EE.UU. se
estaba resolviendo 'concederle' a China relaciones comerciales normales y
permanentes con EE.UU.)
En
realidad, Bello me convence totalmente con los componentes más radicales de su
estrategia, en especial, las técnicas de deconstrucción para
desfinanciar y restarle poder a las instituciones del capitalismo mundial. Fue,
en particular, su giro político reclamando la abolición del Banco Mundial en
abril de 2000, lo que más ayudó a proporcionarle fundamento intelectual a la
gran militancia demostrada en las protestas de Washington y Praga en aquel año.
Sin
embargo, en aras del debate interno del movimiento, ¿no habrá una forma más
amplia de abordar la desglobalización, que nos permita superar esa concepción
dualista reformista de regulación globalizada, por un lado, y estrategias
utopistas de localización? ¿Será tan difícil para dirigentes intelectuales como
Bello mencionar la posibilidad de una revolución—es decir, defender la toma y
la transformación total del poder del Estado, del modo en que ha ocurrido con
tanta frecuencia en la historia, aunque raramente con éxito?
Alimentar
la economía y la sociedad de un Estado tercermundista radical de ese tipo, ¿no
supondría acaso la expropiación de bienes y capitales locales/nacionales clave,
y un inmediato reajuste de la economía local/nacional hacia la satisfacción de
necesidades que no habrían sido satisfechas previamente? Este Estado revolucionario,
¿no rechazaría automáticamente también al Banco Mundial/FMI y la OMC, las
compañías de agua francesas/británicas, las restricciones al acceso a los
medicamentos impuestas por los derechos de propiedad intelectual, y la mayoría
de las otras relaciones capitalistas internacionales como cuestión de
estrategia a corto y mediano plazo? A su vez, ¿no requeriría todo esto
controles de capital, la anulación de las detestables deudas heredadas de
regímenes anteriores, y un control de las importaciones y las exportaciones (de
un tipo muy distinto al practicado previamente bajo diversos regímenes
burgueses nacionalistas del tercer mundo)?
Semejante
proyecto –que según Amin, no es sinónimo de autarquía (caso de la antigua
Albania, Birmania o Corea del Norte)—necesitaría romper los vínculos económicos
con las peores fuerzas y agentes financieros,
comerciales, inversionistas y culturales del capitalismo mundial. Esta podría
ser una mitad del futuro que nos prometa la idea de desglobalización.
La otra
mitad es la lucha por conseguir la "desmercantilización" de la
economía local/nacional, a través de plataformas reivindicativas de transición
emanadas directamente de conflictos sociales y laborales. Algunos de los más
inspiradores en mi ciudad natal, Johannesburgo, son las luchas por el acceso a
la electricidad, el agua, la tierra, la vivienda, los alimentos, y los
medicamentos contra el VIH-SIDA –pero estos son tópicos para futuras
disquisiciones, porque con las palabras que me quedan quiero dar testimonio de
las actividades de desglobalización aplicada en las que están comprometidos
Bello y los movimientos eco-sociales progresistas tailandeses.
Cuando
visité Bangkok hace un par de semanas, presencié el tipo de reunión que
realmente debería preocupar a las élites dirigentes internacionales y
tailandesas: un seminario en el cual, al concluir el año, 70 enérgicos
activistas sindicales, comunitarios, ecologistas radicales, feministas y
trotskistas unieron sus fuerzas en un debate estratégico en dos idiomas,
celebrado en los locales de Focus on the Global South, irónicamente
ubicados en la universidad más burguesa del país, Chulalongkorn.
Esa misma
semana, se desencadenaron dos protestas combativas: una fue la presión
creciente de las víctimas del infame proyecto de la represa de Pak Mool sobre
el detestable primer ministro Thaksin Shinawatra. Los manifestantes habían
ocupado el área exterior de la Casa de Gobierno hasta esa semana, cuando fueron
forzados a regresar a las colinas por la creciente violencia estatal, las
estrategias divisionistas de "divide y reinarás", y la acción de
bandas paramilitares que destruyeron los campamentos provisorios de los
campesinos de Pak Mool en dos ocasiones. No obstante, no cabe duda que los
activistas en contra de la represa parecen haberse ganado la simpatía del
pueblo tailandés, y su activismo ha obligado a Thaksin a evaluar la posibilidad
de cancelar el proyecto hidroeléctrico—aunque la batalla aún está lejos de
haber terminado.
La segunda
protesta fue una impresionante manifestación el 20 de diciembre pasado, durante
una reunión de gabinete de los gobiernos de Tailandia y Malasia en un hotel de
lujo en la ciudad sureña de Hat Yai. Mil activistas se manifestaron en contra
de un gasoducto que la Petronas pretende construir entre los dos países,
desastroso desde el punto de vista ambiental. Cuando se sentaron para comer y
rezar en un área que el primer asistente de Thaksin había aprobado como 'zona
verde' (no restringida), cientos fueron aporreados por la policía. Los
dirigentes fueron encarcelados y varias decenas de personas (incluidos
policías) resultaron hospitalizados tras el tumulto subsiguiente. El Foro
Tailandés de los Pobres y el Foro Asiático por los Derechos Humanos y el
Desarrollo fueron algunos de los grupos que ofrecieron solidaridad.
Esos
activistas, entre los que se cuentan los aguerridos funcionarios jóvenes de Focus
(admirablemente insertos en diversidad de conflictos en el sudeste y el sur
de Asia), admiran a Walden Bello como una fuente de inspiración. Aparte de
algunas sutilizas menores, yo ciertamente lo admiro también.
* Esta nota
se publicó originalmente en Znet Commentaries, en http://www.zmag.org.
Patrick
Bond (pbond@sn.apc.org) es catedrático de
la Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica, y es autor de los siguientes
títulos recientes: "Against Global Apartheid" (Contra el
Apartheid Mundial), "Zimbabwe's Plunge" (El Desplome de
Zimbabwe) y "Unsustainable South Africa" (Sudáfrica
Insustentable).