LOS OBJETIVOS SOCIALISTAS EN LA PROTESTA GLOBAL
Claudio Katz
Un
pujante movimiento de protesta global ha transformado en los últimos años cada
reunión internacional de altos funcionarios, banqueros e industriales en
jornadas de lucha contra el neoliberalismo. Los directivos de las corporaciones
están acosados por masivas manifestaciones que frustran sus encuentros en
cualquier ciudad del mundo. La caracterización de estas acciones exige analizar
la dinámica del movimiento y los programas que discuten sus impulsores.
LA DINÁMICA DE LA
PROTESTA GLOBAL.
Las
movilizaciones comenzaron en 1996 con el encuentro convocado por el zapatismo y
tomaron cuerpo en Londres, Amsterdam y Colonia durante las manifestaciones
contra el Acuerdo Multilaterial de Inversiones (AMI). De estas acciones
surgieron los organismos que coordinaron a fines del 99 las marchas de Seattle
contra la "ronda comercial del milenio" de la OMC y que dirigieron
las manifestaciones de Washington, Ginebra y Praga. En el encuentro de Porto
Alegre a principios del 2001 se conformó un foro de propuestas alternativas
frente a la cumbre empresaria de Davos y esta discusión se profundizó durante
los encuentros que rodearon las marchas de rechazo al Acuerdo de Libre Comercio
de América (ALCA) en Buenos Aires y Quebec[1].
Al
plantearse como objetivo de lucha bloquear las reuniones del FMI, BM, OMC y el
G 8, los organizadores de las protestas apuntan sus cañones contra las
principales instituciones del capitalismo actual. Este es el principal mérito
de sus acciones y la causa de su ascendente influencia. Proclamando que
"adónde ellos se reunan, allí estaremos", los convocantes congregaron
este año nuevas multitudes en Gotemburgo, Barcelona y Génova y han obligado a
los magnates a programar sus próximas reuniones en lugares tan remotos cómo
Qatar o en naves ancladas en alta mar.
Las
protestas expresan el rechazo al aumento de la pobreza, la explotación y la
desigualdad social que ha generado la ofensiva del capital sobre el trabajo. A
diferencia de los movimientos precedentes, estas acciones conforman una
resistencia que actúa a escala mundial. Esta globalización de la lucha expresa
un principio de reacción popular frente al salto registrado en la
mundialización del capital. Siguiendo el mismo camino de las corporaciones y
los bancos, los movimientos irrumpen en los cinco continentes y coordinan su
acción a escala planetaria.
El
internacionalismo es el rasgo más significativo de esta protesta. Retoma la
tradición de solidaridad que rodeó en las últimas décadas a las grandes hitos
revolucionarios (Cuba, Vietnam, Centroamérica). Pero el movimiento actual no
surge para apoyar una lucha específica, sino para enfrentar los atropellos que
produce la mundialización capitalista. Esta resistencia contribuye a recrear la
conciencia internacionalista y a recuperar el impulso de una batalla sin
fronteras de todos los oprimidos.
El
éxito de las manifestaciones reanima al activismo progresista. Luego de las victorias
obtenidas al doblegar el AMI y frustrar las negociaciones de Seattle se
multiplicaron las marchas en Europa, reapareció la acción masiva en Estados
Unidos e irrumpieron movilizaciones sin precedentes en Canadá. Todos los
participantes de Porto Alegre coincidieron en describir el entusiasmo, la
alegría y la euforia que predominaron en ese encuentro.
Las
movilizaciones han creado un nuevo clima que socava el triunfalismo de la
derecha neoliberal, recompone la confianza en la lucha y facilita la reversión
de las relaciones de fuerzas favorable al capital que prevalece desde hace más
de una década. Los periodistas registran este cambio cuándo describen como
"los anticapitalistas han venido ganando la batalla de ideas" a
través de sus "éxitos" y su "ascendente influencia"[2].
Otros confiesan su pesar por la capacidad de "los manifestantes
globofóbicos para colocar bajo acoso a los organismos mundiales"[3].
Incluso las grandes corporaciones han recibido el impacto y por eso se empeñan
en campañas publicitarias para ocultar su responsabilidad en la expansión del
trabajo infantil en el tercer mundo. Un logro del movimiento radica justamente
en haber impuesto estos temas en la agenda de la prensa[4].
Los
mismos periódicos que hace pocos años declaraban el "fin de la
historia" y el "triunfo definitivo del mercado" se sorprenden
ahora frente a la aparición de un movimiento que denominan
"anticapitalista". Este giro es un efecto del desconcierto que ha
creado la protesta en curso entre las corporaciones y sus gobiernos.
EL SIGNIFICADO
INTERNACIONALISTA.
El
desarrollo de la resistencia militante contra el FMI, la OMC y las empresas
transnacionales coincide con el florecimiento de corrientes oscurantistas,
irracionalistas y fundamentalistas que también se oponen a la mundialización
del capital. Pero ambos movimientos son radicalmente diferentes, porque el
primero promueve el internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos,
mientras que el segundo rechaza esta cooperación, confronta a un pueblo con
otro y defiende la superioridad de una etnia o la supremacía de cierta
religión.
Los
movimientos de resistencia promueven valores emancipatorios (democracia,
igualdad, cooperación) y buscan aproximar a los oprimidos de todos los países,
superando las rivalidades generadas por la creciente polarización mundial del
ingreso. En estas mismas luchas internacionalistas convergen corrientes
socialistas con vertientes reformistas críticas del "capitalismo
salvaje" y tendencias nacionalistas defensoras del proteccionismo. Pero
todas estas expresiones participan de una lucha progresista y común de
sostenimiento de las reivindicaciones de las clases oprimidas.
A
diferencia del nacionalismo reaccionario predominante en Afghanistan,
Yugoslavia o Uganda, los manifestantes de Seattle y Porto Alegre promueven la
integración de los pueblos y no la división entre las víctimas de la opresión
imperialista. Desde esta perspectiva también apoyan los legítimos reclamos de
los países periféricos golpeados por la liberalización financiera, la apertura
comercial y la fractura industrial[5].
La
resistencia mundialista también refleja la revitalización de la lucha obrera
mundial que se registra desde la huelga francesa de 1995 y los posteriores
avances sindicales concretados en varias naciones (Estados Unidos, Corea de
Sur, Sudáfrica, Brasil). Estas acciones han creado el marco propicio para la
inédita confluencia en marchas comunes de organizaciones como la AFL-CIO
norteamericana con estudiantes antiimperialistas, ecologistas, feministas y
campesinos.
Al
proclamar que el "mundo no es una mercancía" y colocar al capital en
el banquillo de los acusados, los movimientos de resistencia sacuden la
conciencia popular y favorecen la discusión sobre el "otro mundo
posible". Al cabo de una década dominada por la implosión de la URSS y el
desmoronamiento del ex "bloque socialista" este debate contrabalancea
la ofensiva ideológica neoliberal y brinda un marco promisorio para la
intervención de las corrientes socialistas.
Los
jóvenes manifestantes contra la globalización capitalista no arrastran la carga
de frustración que acumula gran parte de la generación del 70, luego del
fracaso de varias apuestas revolucionarias. La nueva resistencia contribuye a
una renovación generacional, que empalma con cierta de superación de estas
decepciones políticas y favorece la reconstitución de la conciencia socialista[6].
En el
movimiento mundialista ya resurgió la discusión sobre problemas tradicionales
de la izquierda que los "cientistas políticos" consideraban
perimidos. La orientación de las próximas movilizaciones ha exigido retomar las
controversias sobre los métodos de acción (de masas, foquistas, violentos,
pacíficos)[7].
Y lo mismo ocurre con los debates sobre
las formas de organización (partidos, movimientos, asociaciones) que
corresponden al desarrollo inmediato y estratégico de esta lucha.
Muchas
corrientes socialistas que participan en esta batalla apuestan a radicalizar su
desarrollo apuntando al objetivo de erigir una sociedad sin explotadores ni
explotados. Esta perspectiva choca con las tendencias reformistas, que
participan activamente en los movimientos y están igualmente interesadas en
liderar su evolución. Hasta el momento todas las vertientes coexisten en el
marco democrático, abierto y pluralista que ha creado la acción común. Esta
convivencia potencia el desarrollo de la resistencia mundialista, al mismo
tiempo que estimula la oposición entre propuestas radicales y moderadas,
proyectos antiimperialistas y "humanizadores del capital" y planteos
de reforma o emancipación del capital. El programa del movimiento es el eje de
esta confrontación[8].
EL PROBLEMA DE LA
TASA TOBIN.
La
implantación de la tasa tobin es una de las principales reivindicaciones de los
movimientos de resistencia. Esta propuesta es impulsada desde 1998 por la
asociación ATTAC, un organismo surgido en Francia que concitó una gran adhesión
internacional a través de sus campañas de denuncia del rol parasitario del
capital especulativo. Sus organizadores se proponen desarrollar un
"movimiento de educación popular orientado hacia la acción"[9].
ATTAC
alienta un impuesto a las operaciones de compra y venta de divisas, destacando
que sólo entre el 3 % y el 8% del total de las transacciones cambiarias diarias
corresponden a actividades comerciales. Estima que el gravamen desalentaría la
especulación al tornar oneroso entrar y salir del mercado y permitiría, además,
una redistribución de los fondos recaudados hacia mejoras sociales en los
países periféricos[10].
La
iniciativa presenta muchos matices, pero básicamente constituye un impuesto
progresivo al capital financiero en favor de los sectores más empobrecidos de
la sociedad, porque se busca canalizar el dinero obtenido hacia necesidades
sociales de la población de los países subdesarrollados. La implantación de
este gravamen a partir de la acción popular permitiría una redistribución de
ingresos, que reforzaría la cohesión social, la confianza política y la
capacidad de lucha de los explotados.
La tasa tobin es una iniciativa que sólo podría aplicarse a escala
internacional. Su implementación es inviable fuera del radio de los cuatro o
cinco mercados que en Europa, Estados Unidos y Japón concentran la totalidad de
los movimientos cambiarios. La aplicación de este impuesto destruiría todas las
fantasías que se han tejido en torno a la "inmaterialidad del dinero"
y la consiguiente de imponer tributos a los "flujos financieros" en
la "era de la información". La tasa podría recaudarse prácticamente
en Nueva York, Londres, Paris, Frankfurt y Tokio si se establece una
coordinación para su cobro. Su evasión conduciría a una batalla ulterior contra
los encubridores del delito.
El
alcance mundial del gravamen facilita también la lucha internacionalista contra
la acción depredadora del capital financiero. En este plano se asemeja a
reivindicaciones democráticas de alcance universal como la exigencia de juicio
y castigo a los criminales que han cometido genocidios y gozan de impunidad en
sus refugios nacionales (por ejemplo, Pinochet). Obviamente es necesario
reconocer primero la validez de ambos reclamos para trabajar por su obtención.
Juzgar internacionalmente a los criminales o penalizar impositivamente a los
capitales financieros son legítimos reclamos populares, cuya instrumentación
práctica puede asumir distintas modalidades.
En
algunas discusiones se ha planteado, sin embargo, que la tasa tobin es una
"utopía reformista", porque provocaría un recargo del costo de las
transacciones sin impedir los movimientos especulativos. Y es cierto que el
gravamen no eliminará estas manipulaciones financieras que se expanden y
contraen siguiendo el impacto del ciclo económico sobre la moneda y el crédito.
Pero este hecho no anula la legitimidad de reclamar la aplicación de un
impuesto progresivo a esas operaciones especulativas. Como todos los gravámenes
de este tipo, su aplicación no corregiría ningún desequilibrio del capitalismo,
pero permitiría mejoras de las condiciones de vida de los oprimidos a costa de
los poderosos.
La
experiencia indica que la obtención de estas conquistas contribuye a la lucha
por el objetivo socialista, cuándo a través de victorias mínimas se apuntala el
combate estratégico por erigir una sociedad libre de explotación. Por eso, la
discusión sobre la tasa tobin más que girar en torno al impacto fiscal exacto
del gravamen debe concentrarse en su influencia como instrumento de
movilización de los oprimidos. Lo que importa es su efectividad para facilitar
conquistas que consoliden la fuerza política y las posiciones de lucha de los
trabajadores[11].
Se argumenta a veces que el
impuesto es menos radical que las propuestas formuladas por Keynes en favor de
la "eutanasia del rentista". Esta opinión es discutible porque el
precursor de la heterodoxia era más conservador que su discípulo Tobin y es muy
dudoso que promoviera medidas más radicales. Además, en la versión actual que
proponen los movimientos mundialistas se incluye el componente internacional
redistributivo que es el aspecto más progresista de la iniciativa. Pero es
también indudable el carácter insuficiente de esta iniciativa para alcanzar los
objetivos que se propugnan.
Por eso algunos programas de
ATTAC ya contemplan la extensión de la tasa tobin a los mercados complementarios de la plaza cambiaria (títulos y
acciones) y la introducción de impuestos a la inversión directa. Estas propuestas
son tan importantes como las medidas de combate radical a la evasión (supresión
de los paraísos fiscales y eliminación del secreto bancario) que también se han incorporado a esas
plataformas[12]. Pero el
impacto positivo de cualquiera de estas iniciativas dependerá de su imposición
desde abajo por la movilización.
COMO BATALLAR POR EL
IMPUESTO.
La tasa tobin es abiertamente rechazada por
los neoliberales. Afirman que la interferencia de la actividad cambiaria
conspiraría contra la estabilización espontánea de este mercado y señalan que
provocaría la emigración de capitales hacia los paraísos fiscales desgravados
de toda imposición[13].
Pero
ponderar el "equilibrio natural" del mercado cambiario es tan
inadmisible como ignorar la cobranza del impuesto recaería principalmente sobre
diez operadores localizados en Nueva York y Londres. La temida "emigración
de capital" no sería un proceso espontáneo, anónimo e incontrolable, sino
un acto de evasión que exigiría adoptar medidas punitivas y sanciones a quiénes
eluden el pago del gravamen.
Lo que
está en juego no es la optimización de la actividad bancaria, sino una
redistribución de los ingresos acumulados por los grupos dominantes. Los
neoliberales rechazan la tasa tobin porque defienden al capitalismo a ultranza
e identifican el bienestar con la acumulación y el progreso con las ganancias.
Desconocen que el avance de la sociedad requiere batallar contra el capital y
no seducirlo, socavar el reinado del mercado y no apuntalarlo, eliminar la
expropiación de la plusvalía y no eternizarla. Por eso, si la tasa tobin
entorpeciera la "búsqueda de capital" canalizando una mayor porción
del ingreso hacia el grueso de la población sería un avance y no un obstáculo
para el desarrollo social.
Pero si los neoliberales
presentan un simple impuesto como un peligroso obstáculo para el funcionamiento
del capital, muchos de sus promotores magnifican la incidencia de este gravamen
y le atribuyen la capacidad de eliminar los excesos especulativos para
favorecer la reinversión productiva[14].
Esta visión responsabiliza exclusivamente a los financistas de los
desequilibrios actuales y por eso denuncia tan detalladamente como Soros ataca
las monedas, impone devaluaciones y desata fugas de capital.
Pero al presuponer la
existencia de una rígida división entre especuladores e industriales, este
enfoque ignora la articulación de ambos grupos en torno a la gestión de las
corporaciones, que alternativamente derivan fondos hacia procesos financieros o
productivos. Los empresarios son tan culpables como los banqueros de las crisis
contemporáneas, ya que los dos sectores lucran con la explotación de los
trabajadores. Ambos nutren sus beneficios de la misma opresión social y
comandan el mismo sistema económico que genera productos excedentes e
inaccesibles para las tres cuartas partes de la empobrecida población mundial.
B.Gates es tan responsable como Soros de los padecimientos populares.
La
tasa tobin es una iniciativa políticamente progresista porque establece un
gravamen al capital y no por su recaudación específicamente financiera.
Cualquier tributo a las ganancias industriales debería ser promovido con el
mismo entusiasmo, porque castigar a los banqueros "parasitarios" para
apuntalar a los industriales "inversores" equivale a incentivar la
extracción de plusvalía. Un impuesto a las actividades de las empresas
transnacionales, por ejemplo, sería tan conveniente como el gravamen a las
transacciones cambiarias.
Ni
siquiera en su versión más radical la tasa tobin podría eliminar las
manipulaciones financieras, porque el capitalismo austero y ajeno a la
especulación nunca existió, ni existirá jamás. Este sistema económico se
desenvuelve en torno al uso del dinero, como medio de circulación, instrumento
de pago, fondo de reserva y moneda internacional y cualquiera de estas
funciones induce a la especulación. Es cierto que el rentismo financiero es un
rasgo de la economía contemporánea, pero esta peculiaridad deriva de los
desequilibrios existentes en la esfera productiva, dónde se gesta la
sobreproducción, la caída tendencial de la tasa de ganancia y la estrechez del
poder adquisitivo. Sólo una economía de gestión planificada y propiedad
colectiva podría comenzar a corregir estos trastornos y por eso hay que
encarrilar la batalla por la tasa tobin en una perspectiva anticapitalista.
La
presentación del impuesto como una acción exclusivamente dirigida contra los
especuladores tiende a sugerir que su
aplicación no provocaría inconvenientes a los empresarios comprometidos con la
producción. Pero esta caracterización choca con la promoción de la tasa a
partir de acción popular, ya que ningún capitalista inversor, industrial o
productivo aplaudiría este debilitamiento de su dominación de clase. No existen
dos caminos: o el impuesto apunta a favorecer a los explotadores o está
destinado a reforzar la lucha de los explotados. Y sólo en este último caso
tiene sentido trabajar por su conquista a través de una movilización por abajo.
Tampoco es cierto que la
obtención de una tasa tobin destinada a las necesidades populares será sencilla
y que su aplicación será fácilmente asimilable por el capitalismo. Nadie puede
predecir cuántos esfuerzos requerirá la conquista de cualquier reclamo. Lo
único que se puede afirmar es que será más beneficioso batallar por lograrlos
que renunciar a obtenerlos. Las victorias que se logren a través de esta lucha
no "estabilizarán al capitalismo", sino que por el contrario
erosionarán a este sistema y potenciarán el combate por la emancipación
socialista.
Una tasa tobin
"fácilmente aplicable" e inofensiva para el conjunto del capital
constituiría una medida de regulación financiera totalmente ajena a las
necesidades populares. Sería un gravamen semejante al que rigió por ejemplo en
Chile entre 1991 y 1997, cuándo se obligaba a mantener un 30 % de los capitales
ingresados al país en calidad de reserva durante un año. Este impuesto, carente
de progresividad, simplemente contribuyó a la consolidación del modelo
neoliberal y no tuvo ningún impacto favorable a los trabajadores.
La tasa tobin es un arma de doble
filo: como parte de un programa de reivindicaciones mínimas, apoyado en la
movilización popular e integrado a una dinámica anticapitalista favorece la
acción de los oprimidos. Pero en tanto medida de regulación impositiva
instrumentada a favor de las clases gobernantes es otro instrumento de esta
dominación[15].
LA POLÍTICA FRENTE A LA
DEUDA EXTERNA.
Otra exigencia de los
movimientos de resistencia es la
anulación total de la deuda externa del tercer mundo. ATTAC plantea que este
reclamo es tan importante como la tasa tobin para poner fin a la
"dictadura de los acreedores".
Pero ambas reivindicaciones
no tienen la misma significación en los países centrales y periféricos, porque
la segunda iniciativa solo puede efectivizarse en las naciones desarrolladas,
mientras que la primera es una imperiosa necesidad de los países dependientes.
Es cierto que son medidas complementarias, que afectan al mismo capital
financiero y que podrían favorecer a las mismas naciones empobrecidas, si los
fondos recaudados con el impuesto auxiliaran a los países que deben afrontar el
desconocimiento de la deuda. Pero las naciones latinoamericanas, africanas o
asiáticas no pueden instaurar efectivamente "tasas tobin regionales",
porque el impuesto sólo tiene incidencia práctica si se recolecta en los
mercados cambiarios metropolitanos.
Por lo tanto, en los países
periféricos la campaña por el no pago de la deuda es más importante que la
batalla por el gravamen cambiario. En las naciones devastadas por la miseria,
el saqueo comercial y la tributación financiera resulta imposible esperar un "efecto tobin" para resolver los
problemas creados por el drenaje de recursos que impone el pago de la deuda.
Particularmente en
Latinoamérica la necesidad de la anulación de ese pasivo se ha replanteado una
y otra vez desde la crisis mexicana de 1982. La expectativa de revertir el
retroceso social de la región renegociando el compromiso resurge en los
momentos de alivio, pero se disipa con la reaparición de la crisis. El pago de
los intereses de la deuda genera una hemorragia estructural de divisas que
impide superar la asfixia de la producción. Pero en la región existe también
una importante experiencia de moratorias fracasadas, cuya repetición también
agravaría el ahogo económico.
Numerosos episodios de
cesación involuntaria de pago desembocaron en mayores ajustes inflacionarios o
deflacionarios. Así ocurrió en México después del 82, en Bolivia en 1985, en
Perú a mitad de los 80, en Argentina en 1989-90 y en Ecuador el año pasado.
Fueron experiencias traumáticas que los neoliberales presentan como efectos del
"no pago de la deuda", cuando en realidad fueron consecuencia del
agravamiento de la hipoteca. Estas situaciones precipitaron el caos económico y
condujeron a un descrédito del reclamo de la moratoria, que los gobiernos
derechistas utilizaron para implementar políticas de privatización y atropello
al pueblo.
Por eso cuándo se propone no
pagar la deuda hay que explicar porqué esta medida no repetirá los
catastróficos efectos de esas experiencias. La diferencia radica en que la
moratoria premeditada, planificada y voluntaria no es una medida provisional
para restaurar la capacidad de pago, sino un corte radical y definitivo con el
sistema de opresión vigente en la periferia. Implica desconocer la deuda
(probadamente ilegítima, fraudulenta y "odiosa") y abandonar el marco
de negociación con el FMI, poniendo fin a las inspecciones de los acreedores.
Concebida en esta
perspectiva la moratoria forma parte de un programa antiimperialista integral,
que necesariamente incluye el control de cambios, la nacionalización de los
bancos y el monopolio estatal del comercio exterior. Estas medidas neutralizarían
los instrumentos que habitualmente utilizan los acreedores para arrinconar a
los deudores mediante fugas de capitales, corridas bancarias y rebeliones
impositivas.
Es indudable que este
desafío es difícil de sobrellevar aisladamente y por eso es corresponde
promover la conformación de un "bloque de países deudores"[16].
Pero hasta ahora ha sido evidente que las burguesías periféricas prefieren
hacerle pagar la deuda a sus pueblos antes que enemistarse con sus socios
imperialistas. En muchos casos, esta actitud obedece a que las propias clases
dominantes nativas detentan gran parte de las acreencias de la nación. Por eso
no puede condicionarse el inicio del no pago a la necesaria, pero eventual
formación de una alianza de deudores.
Como parte de un proceso de
transformación anti-capitalista, los frutos de la moratoria serán provechosos
para la población. En esta perspectiva los recursos ahorrados del tributo
apuntalarán la construcción de una economía de gestión planificada y propiedad
colectiva.
DOS PERSPECTIVAS DE LA
MORATORIA.
En la propaganda que
frecuentemente difunden algunos compañeros de ATTAC se presenta la anulación de
la deuda del tercer mundo como un acontecimiento fácilmente digerible por el
sistema financiero internacional. Como este pasivo representa tan solo el 5%
del total de las deudas mundiales se estima que los bancos, fondos de inversión
y pensión absorberían sin inconvenientes su
cancelación. También se remarca que esta medida no obstruirá la
presencia de los ex deudores en el
mercado mundial y se evalúa que la moratoria tendrá efectos semejantes a la
cancelación de los pasivos de Estados Unidos en el siglo XIX, Rusia en 1918 y
varios países latinoamericanos después del 30. Se estima que esta anulación "no producirá ningún
cataclismo" y que permitirá reducciones de la deuda semejantes a las
obtenidas por Polonia en 1991 y Rusia en 1998.
Pero
esta caracterización intenta probar lo indemostrable: que una moratoria en gran
escala no entraña riesgos para el capitalismo. Esta suposición no tiene ningún
fundamento porque nadie sabe cual sería el impacto financiero de esta medida.
Quizás los acreedores puedan absorber la pérdida, pero también podría ocurrir lo
contrario. Para ciertos bancos sería un hecho secundario, pero otros sufrirían
un colapso. Estas alternativas no dependen simplemente del monto del pasivo,
sino también de las condiciones económicas vigentes al momento de efectivizar
el no pago. Aunque la deuda del tercer mundo constituya apenas el 5% del total,
este monto no es irrelevante para los acreedores. A veces una pequeña cesación
de pagos pasa inadvertida y en otras ocasiones desencadena una crisis mayor. La
historia de los grandes cracks está recorrida de episodios aparentemente
insignificantes que precipitaron una catástrofe.
Dada
la ausencia de coordinación que caracteriza el funcionamiento del capitalismo
resulta imposible prever si un escenario pos-moratoria será de pequeñas
alteraciones o de gran depresión. Por la misma razón que ningún economista del
"mainstream" logró pronosticar cómo, dónde y cuándo ocurrirían las
últimas crisis financieras (la mayor sorpresa fue la asiática), tampoco los
economistas críticos pueden seriamente presagiar que una moratoria en gran
escala será un acontecimiento intrascendente. Si se pretende tranquilizar a los
bancos asegurando que el sistema financiero resistiría la prueba, este mensaje
es inútil porque los financistas conocen perfectamente los riesgos de una moratoria
en cadena en el tercer mundo.
Hay
que decir la verdad: si el no pago se encara seriamente los acreedores
responderán tomando en cuenta tanto el alcance de sus pérdidas, como el efecto
político de este acto de soberanía. La moratoria general no es una media
inofensiva, sino arriesgada y costosa, pero conviene llevarla a cabo porque es
más ventajosa que seguir soportando la expoliación eterna. Inicia un camino de
emancipación que no será sencillo ni incruento, pero que resultará menos duro
que el actual sometimiento.
Es por
otra parte incorrecto presentar la historia de las moratorias como una
secuencia de procesos con final feliz para los deudores. Todas las experiencias
recientes de cesación de pagos, parciales, forzosas y transitorias terminaron acentuando
el encadenamiento de las naciones latinoamericanas, asiáticas y de Europa
Oriental. Pero además, no tiene sentido comparar situaciones de no pago
protagonizados por una potencia naciente en el siglo XIX (Estados Unidos) o por
países desarrollados en coyunturas pos-bélicas (Alemania en la posguerra) con
los procesos que enfrentan actualmente a los acreedores imperialistas con sus
deudores periféricos. En el primer caso la evolución de los pasivos expresa un
desenlace de las relaciones de fuerza entre potencias y en el segundo
situaciones estructurales de subordinación y dependencia.
Es
también erróneo asemejar el repudio de la deuda rusa en 1918 con la cesación de
pagos del mismo país en 1998, porque una moratoria conectada al avance de una
revolución socialista es obviamente diferente a otra vinculada al proceso
opuesto de restauración capitalista. Pagar o no pagar tiene un significado
completamente distinto en cada contexto y distinguir estas circunstancias es
vital para comprender que el elemento central de un proceso económico no es la
deuda, sino el régimen social en que se apoya el cumplimiento o incumplimiento
del pasivo. El desconocimiento de la deuda podría inaugurar un camino de
emancipación si forma parte de una transformación socialista y conducirá a
nuevas frustraciones si no altera la vigencia del capitalismo.
PROGRAMAS
Y CURSOS DE ACCIÓN.
La
tasa tobin y la anulación de la deuda externa son las dos banderas más
difundidas de un programa alternativo integral al neoliberalismo, que se discute
en las reuniones de los movimientos mundialistas. Esta plataforma incluye
impuestos generalizados y coordinados al patrimonio en todos los países,
mecanismos para garantizar precios estables de los insumos básicos, medidas de
protección arancelaria para los países periféricos, iniciativas de abolición de
los derechos de propiedad intelectual, sanciones a la destrucción del medio
ambiente y un standard de regulación laboral mundial basado en el respeto a la
jornada de 8 horas y la prohibición del trabajo infantil[17].
Esta
plataforma combina reivindicaciones básicas de los trabajadores (salario,
conquistas laborales, derechos sociales) con medidas de defensa de la
producción de los países periféricos y propuestas de protección ecológica
global. Es un programa que expresa el avance registrado en la mundialización de
la economía y la consiguiente imposibilidad de garantizar a escala nacional o
regional la vigencia de los derechos sociales, la continuidad de actividades
agrícolas e industriales básicas y la defensa del medio ambiente.
Pero
lo que frustra la aplicación de estos proyectos es la vigencia de dos
principios centrales del capitalismo -ganancia y competencia- que son
antagónicos con la cooperación y coordinación requeridos para alcanzar estas
metas laborales, ecológicas y redistributivas. Es cierto que algunas
reivindicaciones ya fueron conquistadas en muchos países (ocho horas de trabajo)
y que otras podrían obtenerse. Pero la experiencia demuestra que bajo el
capitalismo todo avance popular genera nuevos atropellos, que como la
flexibilización laboral amenazan o neutralizan esos logros. Cuánto mayor es el
alcance internacional directo de los problemas en juego (por ejemplo, el medio
ambiente) menor es la capacidad del capitalismo para ofrecer remedios
parciales.
El capital obstruye intrínsecamente el bienestar de los pueblos y tiende a revertir las concesiones que la clase dominante otorga en los períodos de prosperidad y lucha social. La actual agresión neoliberal contra las conquistas de posguerra es el ejemplo más evidente de esta norma. Por eso, la perspectiva socialista es la única garantía de realización del programa de los movimientos de resistencia. No es una condición para obtener cada una de las medidas reclamadas, pero si para asegurar el cumplimiento pleno de estas iniciativas.
Enlazar
este programa con medidas de erradicación de la propiedad privada de los medios
de producción y avanzar hacia la gestión democrática y planificada de la
economía es el camino del éxito. Como es imposible pre-establecer qué tipo de
ensamble conectará las conquistas obtenidas bajo el capitalismo con medidas de
construcción del socialismo conviene evitar rígidos esquemas de separación
entre ambas etapas, apostando a su empalme en un solo proceso.
La
lucha por esta perspectiva requiere como acertadamente plantean Chesnais, Udry
y Serfati[18] superar el
tabú predominante en torno a la cuestión de la propiedad. En las discusiones de
los movimientos, los socialistas deben exponer abiertamente sus objetivos sin
ninguna inhibición, vergüenza o cargo de culpa por el fracaso de las dictaduras
burocráticas de la URSS y del este europeo.
Esta
política difiere de la estrategia que promueve un retorno a las regulaciones
keynesianas de posguerra, sin explicar porqué ese modelo se agotó hace varias
décadas. Se omite que el capitalismo anti-liberal declinó como consecuencia de
la inflación creciente, la caída de la tasa de ganancia, la superproducción y
la presión reivindicativa de los trabajadores. Su restauración es improbable
luego de los cambios registrados en el funcionamiento internacionalizado del capital,
pero incluso esa eventual reimplantación volvería a ser socavada por las
contradicciones que erosionaron su permanencia en el pasado. Determinar hasta
qué punto ese modelo es reeditable constituye un ejercicio de especulación.
Pero reflexionar, en cambio, sobre las causas de su crisis y caducidad
contribuye a esclarecer la necesidad del socialismo.
Los
partidarios de un retorno al keynesianismo tienden a contraponer el
industrialismo de ese régimen con el neoliberalismo financiero actualmente
predominante. Asocian el primer modelo con la inversión genuina y el segundo
con parasitismo bursátil. Pero aunque es indudable que el capital financiero
recuperó en las últimas décadas posiciones perdidas en los años 50 y 60, el
centro de la acumulación más reciente se localizó en las empresas
transnacionales y no en el sector bancario. Estas corporaciones absorben
recursos financieros para maximizar el beneficio industrial mediante una
reorganización de la división internacional del trabajo. La ofensiva del capital
apuntó desde los 80 a incrementar la extracción de plusvalía y a recomponer la
tasa de ganancia mediante la canalización de los fondos movilizados por la
liberalización financiera. Y este proceso ha sido una acción conjunta de
banqueros e industriales.
Algunos
enfoques más radicales presentan la reconstrucción de un "capitalismo
productivo" como una etapa intermedia hacia el desarrollo ulterior del
socialismo. Aquí se supone que la erradicación del neoliberalismo permitiría
reconstituir la actividad industrial, lo que a su vez mejoraría la distribución
del ingreso, creando un marco óptimo para
la erección de un sistema socialista. Pero este esquema de etapas
sucesivas no tiene consistencia lógica, ni precedentes históricos, ni tampoco
pre-figuraciones empíricas.
El
socialismo es una necesidad y posibilidad de la lucha actual y las únicas fases
que requiere su implementación son las derivadas de la maduración de este
proyecto en la conciencia popular. En este campo no se pueden saltar etapas,
porque los tiempos de la evolución política son establecidos por los propios
protagonistas del cambio social. Pero en el plano de los objetivos buscados no
existe mayor o menor apresuramiento por el socialismo, sino la decisión de
apostar o renunciar a esa meta.
INSTITUCIONES
Y MERCADOS.
La
lucha mundialista contra el FMI, el BM y la OMC plantea el clásico debate sobre
la reforma o abolición de estos organismos. Estas instituciones conforman un
directorio colectivo de las grandes corporaciones que adapta las reglas competitivas
internacionales a las necesidades del capitalismo. No son organismos que puedan
transformarse en entes representativos de las aspiraciones del conjunto de la
población, porque existen para asegurar la dominación económica de los bancos y
las empresas transnacionales. Aunque lograran remontar su actual
"desprestigio" y corregir las "distorsiones de sus
políticas", nunca podrían convertirse en entidades del "conjunto de
la sociedad"[19].
Un
gran acierto del movimiento mundialista es haber canalizado la enorme
hostilidad popular que existe contra estos organismos. Pero estas campañas de
denuncia deben ser profundizadas y no atemperadas con ilusiones de
"mejorar la transparencia de la OMC" o "aumentar el auxilio del
FMI a los deudores". Este tipo de expectativas carece de fundamento,
porque en estos ámbitos sólo se debate cómo reforzar la apertura importadora de
los países periféricos o cómo socializar las pérdidas financieras de los
acreedores. "Apoyar a las naciones endeudadas" significa en el
lenguaje fondomonetarista aplicar más privatizaciones y ajustes. "Abrir la
agenda" de estas instituciones equivale a introducir nuevas medidas de
atropello a los pueblos.
Un
ejemplo de la política equivocada de impulsar reformas dentro del FMI es la
propuesta de establecer una nueva moneda universal, suponiendo que a partir de
los derechos especiales de giro (degs) se podrían democratizar las relaciones entre los países[20].
Se olvida aquí que la moneda no es un instrumento maleable y adecuable a las
aspiraciones igualitarias de los pueblos. Expresa concentradamente el poder que
los grandes bancos e industriales detentan por ser propietarios de los medios
de producción. Manteniendo inalterable este dominio la tiranía del capital no
se atenuará, aunque los degs reemplacen al dólar y los promotores de este
cambio obtengan voz y voto en las reuniones del FMI. La satisfacción de los
reclamos del movimiento mundialista exige la disolución del FMI, la OMC y el BM
y su reemplazo por instituciones que favorezcan la cooperación entre los
pueblos de todo el planeta.
Algunos
autores[21]
proponen crear nuevos organismos priorizando criterios de pluralismo,
desconcentración y descentralización. Toman como modelo a instituciones como la
UNCTAD, la OIT y el GATT que antecedieron a los cuestionados organismos
actuales. También plantean promover entes surgidos de la integración regional
reciente (ASEAN, Unión Europea, Mercosur) y promueven la
"desglobalización" para superar la "falta de legitimidad"
de los organismos existentes.
¿Pero
cuál es la diferencia entre esas "instituciones alternativas" y el
FMI o la OMC? ¿No complementan simplemente a estos organismos en temas
específicos? Ninguna de las entidades regionales que se forjaron en las últimas
décadas defiendan intereses antagónicos a las instituciones que se busca
reemplazar. La Unión Europea es el instrumento de las corporaciones del viejo
continente y el Mercosur representa a las burguesías periféricas que en la
última década llevaron adelante una política de pauperización sin precedentes.
En la
periferia, la propuesta de afianzamiento de los bloques regionales apunta a
recrear el modelo de sustitución de importaciones e "industrialización
hacia adentro" sepultado por el neoliberalismo. Pero resucitar ese
proyecto sin explicar porqué fracasó
conduce a repetir la misma frustración. Es cierto que la adopción de medidas
arancelarias e impositivas de defensa de las economías nacionales frente a la
competencia imperialista resulta imprescindible para evitar la devastación de
la actividad local. Pero la validez de estas iniciativas transitorias no
justifica retomar el viejo proyecto de desarrollo auto-centrado de las naciones dependientes.
Los
modelos de capitalismo nacional (o regional) autónomos son más inviables en la
actualidad que hace 40 años. No pueden prosperar a largo plazo, porque la
internacionalización de las fuerzas productivas impide la conversión de
frágiles economías dependientes en prósperas naciones desarrolladas. El
acortamiento de esta brecha requiere la adopción de políticas socialistas de
gestión planificada de la economía.
Esta
conclusión es ignorada cuándo se interpreta que el desastre social creado por
el neoliberalismo obedece exclusivamente a la "dictadura financiera de los
mercados" y no a su fundamento en el régimen capitalista (propiedad
privada de los medios de producción, trabajo asalariado, acumulación y
plusvalía) El mercado no es la causa de las crisis contemporáneas puesto que
preexistió al capitalismo (y perdurará durante un cierto tiempo a su
superación) sin provocar los catastróficos desequilibrios contemporáneos. Los
efectos desestabilizadores del mercado pueden atemperarse y su acción es
parcialmente regulable, pero bajo una gestión planificada. El gran desafío
actual es batallar contra la tiranía del capitalismo y no restrictivamente
contra sus formas mercantiles.
Estos
mismos problemas se extienden al comercio internacional[22].
Para superar la "irracionalidad del libre comercio, reducir la desigualdad
entre países desarrollados y periféricos, "humanizar" las
transacciones y jerarquizar el intercambio cultural hay que desmontar las
relaciones de dominación imperialistas. El socialismo es la única vía para
alcanzar estos objetivos.
CIUDADANÍA
Y SOCIALISMO.
En los
pronunciamientos de los movimientos mundialistas el "ciudadano" es
una figura dominante. Se habla de "construir una esfera pública
cosmopolita", ampliar el "espacio público internacional" e
introducir "controles ciudadanos" en el FMI y la OMC para recuperar
la influencia de la sociedad civil.
Pero
estas propuestas no tienen en cuenta que en la misma acción ciudadana confluyen
los derechos populares con las formas de opresión. La acción ciudadana expresa
conquistas democráticas (como el sufragio universal) y viabiliza también la
gestión gubernamental del gobierno de las clases dominantes. La "esfera pública"
canaliza protestas y aspiraciones populares, pero refuerza el manejo del estado
por parte de una burocracia privilegiada, que ejercita prácticamente el poder
en estrecha asociación con las grandes empresas.
La
ciudadanía no es un derecho neutro. Consagra libertades políticas formales,
pero afianza la explotación de los trabajadores. Por eso durante los períodos
de prosperidad económica (1890-1914, 1945-75) la expansión de las conquistas
ciudadanas siempre estuvo acompañada de la consolidación del dominio burgués. Y
no hay que olvidar que la legitimación de ese poder se refuerza cuándo se
circunscribe la lucha social de los asalariados a una extensión de las
fronteras ciudadanas.
El
encuadramiento de la lucha mundialista en este restrictivo marco institucional
diluye el trasfondo social de la confrontación con el FMI, el BM y la OMC. Se
olvida que los manifestantes de Seattle detentan los mismos derechos
constitucionales que los banqueros de Davos, pero no su misma capacidad para
ejercer el poder. Soros, Camdessus y Rockefeller son tan ciudadanos como
cualquiera de los jóvenes que protestan frente a cada cumbre globalista, pero
manejan el destino de la sociedad porque son propietarios de los medios de
producción. Hay ciudadanos explotadores que oprimen a ciudadanos explotados y
la clase dominante utiliza la estructura institucional vigente para borrar este
antagonismo.
Bajo
el capitalismo la ciudadanía tiende a perder significación real. En la
antigüedad griega la posesión de derechos políticos implicaba la participación
en los beneficios de la economía y por eso los artesanos detentaban
atribuciones negadas a los esclavos. Pero en el régimen social actual la
dominación económica se independiza de la esfera política. Los privilegios ya no se nutren de la coacción
extraeconómica, sino de la propiedad de los principales recursos de la
economía. Por eso los capitalistas pueden conceder derechos políticos plenos a
los trabajadores reforzando al mismo tiempo su dominación sobre los
asalariados. La ciudadanía es un derecho pasivo, cuyo ejercicio habitual
preserva la ficción de igualdad política en un sistema fundado en la
desigualdad social[23].
La
radicalización del programa del movimiento mundialista es vital para su
desarrollo. Esta dinámica permitirá recuperar conquistas sociales, revertir la
relación de fuerzas favorable al capital y forjar nuevos espacios de
intervención para la izquierda. Al cabo de una década signada por el
neoliberalismo, la voz de los socialistas vuelve a escucharse, su mensaje
captura adhesiones y canaliza parte de la rebelión en curso. Los objetivos del
socialismo deben formularse con más claridad y determinación en los próximos
eventos.
Buenos Aires, julio
2001.
* Claudio Katz
BIBLIOGRAFIA
ADICIONAL
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Jorge. " Una alternativa histórica?". Página 12, 17 de febrero de
2001.
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- Tavares María.
"A presentacao". "Tobin or not
Tobin". Unesp, Sao Paulo, 1999
REFERENCIAS.
[1] Un análisis muy completo del origen y desarrollo de estos movimientos
puede consultarse en: Seoane José, Taddei
Emilio. "De Seattle a Porto Alegre". Resistencias mundiales, Clacso,
Buenos Aires, marzo 2001.
[2] -Crook Clive. "Buenos augurios a pesar de los nervios" The Economist" (reproducido por La Nación, 31 de diciembre del 2000).
[3]Oppenheimer Andrés. "El desafio de los globalofóbicos". La Nación 3 de abril de 2001.
[4]Aizen Marina "Multinacionales, acosadas por los globalofóbicos". Clarín 4 de abril de 2001. También: Cockburn Alexander, St Clair Jeffery. " El nuevo movimiento". Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.
[5]Argumentos a favor de los movimientos del movimiento mundialista pueden consultarse en: Houtart Francois. "La mundializción de las resistencias". Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001, Bernabé Rafael. "Puerto Rico en el espejo de Québec". Boletín electrónico IV, 151, 11 de abril de 2001, Hernández Juan. "Cinco días que conmovieron al mundo". Dialéktica, n 12, primavera 2000. Ver también: Lowy Michael. "Nationalismes du Sud". Critique Comunniste n 144, hiver 1995-96, Paris.
[6] Monereo compara el proceso en curso con los acontecimientos que en el
siglo XIX desembocaron en la fundación de la Primera Internacional. Monereo Manuel. "De Porto Alegre a Porto
Alegre". Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.
[7]Especialmente importante es la actual discusión sobre el carácter
contraproducente de acciones foquistas que atentan contra la masificación del
movimiento. Boyle Peter. "La
desobeissance civile ". Imprecor 453-454, janvier 2001. También Harnecker
Marta, "Se masifica el repudio al neoliberalismo", Rebelión, 2 de
mayo de 2001.
[8]Este choque político estuvo claramente presente en Porto Alegre como lo
reflejan los balances e intervenciones de: Lamas Miguel. "El foro social
mundial de Porto Alegre" Alternativa socialista, 7 de febrero de 2001,
Lowy Michel. "Davos et Porto Alegre". Imprecor n 456, mars 2001,
Herrera Ernesto. "Forum social". Imprecor n 456, mars 2001, Cajigas
Ricardo. "El foro social mundial de Porto Alegre". Herramienta n 15,
otoño 2001, Lucita Eduardo. "Politizar
la resistencia". Cuadernos del Sur, n 31, abril 2001, Ramirez Roberto.
¿Pero como?. Socialismo o barbarie, n 5, marzo 2001.
[9]Un resumen del origen y desarrollo de ATTAC está expuesto en Cassen
Bernard. "Fauces del mercado". Clarín , 28 de noviembre de 1999. Un
análisis de la dinámica del movimiento aparece en: Rousset, Pierre. "Attac, un mouvement d´education populaire
tourne vers l´action", Imprecor 453-454, janvier 2001.
[10] Algunas estimaciones destacan que una tasa del 0,1% sobre los movimientos cambiarios especulativos generaría una recaudación anual de 228.000 millones de dólares. En otros cálculos, la cifra oscila entre 50.000 y 3000.000 millones. Existen propuestas para destinar este monto en su totalidad a los países subdesarrollados y otras que plantean utilizar también parte de esa suma a un fondo de gastos sociales y ecológicos de las naciones avanzadas Ver: Toussaint Eric. "Garantir a tous et a toutes la satisfaction des besoins humanis", CADTM, Bruselas, 2 de abril de 2001. También. Stancanelli Pablo. "Ciudadanos al ataque". Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, dicembre 1999.
[11]Este razonamiento sugiere: Campione
Daniel. ¿¨Por qué, para qué ATTAC?¨ Reunión n 8, julio 2000.
[12]Un análisis muy completo presenta: Chesnais Francois. "Tobin or not Tobin". Unesp, Sao Paulo, 1999.
[13]R.Mundell, por ejemplo, se opone enfáticamente a la "idea idiota" de la tasa tobin señalando que tornaría más complicada la "búsqueda de capital " por parte de las empresas y los países demandantes. Le Monde 27 de julio de 2000.
[14]Esta visión aparece en algunos
documentos de ATTAC, como por ejemplo: ¨El abc de Attac¨, Buenos Aires 2000.
[15]Partiendo de esta caracterización varios diputados de izquierda en el
Parlamento Europeo se negaron a apoyar el reclamo de la tasa tobin cuando esta
petición estuvo acompañada de elogios al sistema capitalista. Ver Le Monde 19 de junio de 1999 y 22 de enero de
2000.
[16]Toussaint Eric. "La deuda es
fraudulenta", Pagina 12 de noviembre de 2001
[17]Boron Atilio. "El nuevo orden imperial y cómo desmontarlo". Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.
[18]Chesnais
Francois, Serfati Claude, Udry Charles-André. "L´avenir du mouvement
anti-mondialiste". Rencontre
internationale de la Villete, 30 novembre- 2 decembre 2000, Paris. Traducción
Herramienta, n 15, otoño 2001.
[19]Bond. David. ¨Defunding the fund´.
Monthly Review vol 52, n 3, july-august
2000.
[20]Esta iniciativa es promovida por Boccara Paul .
"Entrevista". Congres Marx International, Paris
1998.
También: CGT. Planete. Plein emploi,
Paris, decembre 2000.
[21]Bello Waldem. "2000: the year
of global protest". International Socialism n 90, Spring 2001. Bello Walden. "2000: el año de la protesta global".
Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.
[22]Cassen Bernard. "Repensar el comercio internacional". Le Monde Diplomatique n 8, febrero 2000.
[23]Wood Meiskins
Ellen. "Estado, clase,
ciudadanía". Cuadernos del sur n 27, Octubre 1998, Buenos Aires.