Claudio Katz[1]

EL IMPERIALISMO DEL SIGLO XXI

 

            El renovado interés que suscita el estudio del imperialismo está modificando el debate sobre la globalización, hasta ahora exclusivamente centrado en la crítica al neoliberalismo y el análisis de los rasgos novedosos de la mundialización. Una noción desarrollada por los teóricos marxistas de principios del siglo XX - que alcanzó gran difusión durante los 70 - despierta nuevamente la atención de los investigadores, ante el agravamiento de la crisis social del Tercer Mundo, la multiplicación de conflictos bélicos y la competencia descarnada entre corporaciones.

El imperialismo es una noción que conceptualiza dos tipos de problemas. Por un lado, las relaciones de dominación vigentes entre los capitalistas del centro y los pueblos periféricos y por otra parte, las vinculaciones prevalecientes entre las grandes potencias en cada etapa del capitalismo. ¿Qué actualidad presenta esta teoría? ¿En qué medida contribuye a esclarecer la realidad contemporánea?

 

            UNA EXPLICACION DE LA POLARIZACION MUNDIAL

            La polarización mundial de los ingresos confirma la importancia de esta concepción en su primer sentido. Cuándo la fortuna de 3 multimillonarios sobrepasa el PBI de 48 naciones y cada cuatro segundos un individuo de la periferia muere de hambre, resulta difícil ocultar que el ensanchamiento de la brecha entre los países avanzados y subdesarrollados obedece a relaciones de opresión. Ya es indiscutible que esta asimetría no es un acontecimiento “pasajero”, ni será corregida por el “derrame” de los beneficios de la globalización. Los países periféricos no son sólo “perdedores” de la mundialización, sino que soportan una intensificación de las transferencias de recursos que históricamente frustraron su crecimiento.

Este drenaje ha provocado la duplicación de la miseria extrema en las 49 naciones más empobrecidas y mayores deformaciones en la acumulación fragmentaria de los países dependientes semiindustrializados. En este segundo caso, la prosperidad de los sectores insertos en la división internacional del trabajo se consuma en desmedro de las actividades económicas destinadas a los mercados internos.

            El análisis del imperialismo no ofrece una interpretación conspirativa del subdesarrollo, ni exculpa a los gobiernos locales de esta situación. Simplemente aporta una explicación de porqué la acumulación se polariza a escala mundial, reduciendo las posibilidades de nivelación entre economías disímiles. El margen de crecimiento acelerado que permitió en el siglo XIX a Alemania o Japón alcanzar el status de potencia que ya detentaban Francia o Gran Bretaña, no se encuentra hoy al alcance de Brasil, la India o Corea. El mapa mundial ha quedado moldeado por una “arquitectura estable” del centro y una “geografía variable” del subdesarrollo, dónde sólo caben modificaciones del status periférico de cada país dependiente.

La teoría del imperialismo atribuye estas asimetrías a la transferencia sistemática del valor creado en la periferia hacia los capitalistas del centro. Estas traslaciones se concretan a través del deterioro de los términos de intercambio comercial, la succión de recursos financieros y la remisión de utilidades industriales. El correlato político de este drenaje es la pérdida de autonomía política de las clases dominantes periféricas y la intervención militar creciente del gendarme norteamericano.

 

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            EL INTERVENCIONISMO MILITAR

 

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Estados Unidos apuesta a reactivar su economía mediante el rearme y tiene en carpeta planes de guerra  contra Irak, Irán, Corea del Norte, Siria y Libia. Con el 5 % de la población mundial, la principal potencia absorbe el 40% del gasto militar total y se ha lanzado a reacondicionar submarinos, diseñar nuevos aviones y testear en un programa de “guerra de las galaxias” las nuevas aplicaciones de las tecnologías de la información.

Este relanzamiento militar es la respuesta imperialista a la desintegración de estados, economías y sociedades periféricas, que provoca el creciente ejercicio de la dominación sobre la periferia. Por eso, la actual “guerra total contra el terrorismo” presenta tantas similitudes con las viejas campañas coloniales. Nuevamente se diaboliza al enemigo y se justifican masacres de la población civil en el frente y restricciones de los derechos democráticos en la retaguardia. Pero cuánto más se avanza en la destrucción del enemigo “terrorista”, mayor es la desarticulación política y social en los escenarios de este atropello. El estado general de guerra perpetœa la inestabilidad, provocada por la depredación económica, la balcanización política y la devastación social de la periferia.

Estos efectos son muy visibles en América Latina y Medio Oriente, dos zonas que tienen relevancia estratégica para el Pentágono, porque detentan recursos petroleros y representan importante mercados frente a la competencia europea y japonesa. Debido a esta significación estratégica constituyen centros de la dominación imperialista y sufren procesos muy semejantes de desarticulación estatal, debilitamiento económico de la clase dominante local y pérdida de autoridad de los representantes políticos tradicionales.

 

FATALISMO NEOLIBERAL

La expropiación económica, la recolonización política y el intervencionismo militar conforman el triple pilar del imperialismo actual. Muchos analistas se limitan a describir resignadamente esta opresión como un destino inexorable. Algunos presentan la fractura entre “ganadores y perdedores” de la globalización como un “costo del desarrollo”, sin explicar porqué este precio se perpetœa a lo largo del tiempo y recae siempre sobre las naciones que ya cargaron en el pasado con ese padecimiento.

Los neoliberales tienden a pronosticar que el fin del subdesarrollo sobrevendrá en los países periféricos que apuesten a la “atractividad” del capital extranjero y a la “seducción” de las corporaciones. Pero las naciones dependientes que intentaron este camino en la œltima década abriendo sus economías soportan hoy la factura más pesada de las “crisis emergentes”. Quiénes más se embarcaron en la privatización, más posiciones económicas perdieron en el mercado mundial. Al otorgar mayores facilidades al capital imperialista removieron las barreras que limitaban la depredación de sus recursos naturales y por eso, ahora padecen un intercambio comercial más asimétrico, un vaciamiento financiero más intenso y una desarticulación industrial más acentuada.

Algunos neoliberales atribuyen estos efectos a la limitada aplicación de sus recomendaciones, cómo si una década de nefastos experimentos no brindara suficientes lecciones del resultado de sus recetas. Otros sugieren que el subdesarrollo constituye una fatalidad derivada del temperamento desganado de la población periférica, del peso de la corrupción o de la inmadurez cultural de los pueblos del Tercer Mundo. En general, la argumentación colonialista ha cambiado de estilo, pero su contenido se mantiene invariable. Ya no justifica la superioridad del conquistador en la pureza racial, sino en su acervo de conocimientos o en la calidad de sus comportamientos.

 

 



[1] Economista, professor de la Uba , investigador del Conicet.